Opinión

¿Cómo quiere que le voten, sr. Rajoy?



    El Gobierno reactiva la maquinaria del gasto antes incluso de restituir la subida de los impuestos.

    Si las elecciones europeas del pasado domingo sirven para despertar a los dos grandes partidos políticos de su complacencia y su letargo, bienvenidas sean. El resultado causó una conmoción entre los altos cargos de ambas formaciones, que esperaban un marcador mucho más favorable a sus intereses. En el PSOE sirve para que, por fin, Rubalcaba se dé cuenta de que no tiene futuro.

    Es arriesgado criticar al Gobierno o las políticas económicas con alguna credibilidad cuando uno fue vicepresidente con Zapatero, cuya gestión desencadenó la mayor depresión de la democracia y mandó a cuatro millones de españoles a las filas del paro. La tarea se convierte en imposible si, además, se confía en Elena Valenciano para ganar las elecciones. Una candidata incapaz de defenderse con soltura en la mayoría de los temas que preocupan al ciudadano, muy alejados, por cierto, de las inclinaciones machistas de Arias Cañete.

    Los socialistas no han hecho la renovación que la sociedad esperaba después de la anterior debacle electoral. Muy al contrario, los barones se aferran a su sillón con mayor fuerza que antes. Siguen sin aprender la lección. La mayoría de la directiva socialista salió en tromba a elogiar a la presidenta andaluza, Susana Díaz. Una dirigente dedicada a tapar las investigaciones sobre los ERE fraudulentos y a poner todo tipo de zancadillas a la juez Mercedes Alaya, para evitar que impute a su mentor, el expresidente José Antonio Griñán.

    Es cierto, no obstante, que Andalucía ha quedado como el único granero del voto socialista, con un cuarto de todos los sufragios. Claro que habrá que ver si es por méritos propios o por el derribo de la oposición. Ahí es donde comienzan los problemas del PP.

    El presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, quizá sea un genio o quizá, como sus predecesores, haya comenzado a sufrir el síndrome de Moncloa. Pero debería reconocer que, después de tanto demorar el nombramiento del presidente del PP andaluz, al final parió un ratón. Juan Manuel Moreno Bonilla es un total desconocido entre la opinión pública al que le costará años remontar en la intención de voto de los andaluces.

    Un patinazo parecido tuvo con el candidato a las europeas, Miguel Arias Cañete, quien se resistió hasta el último momento, conocedor de que no podía acceder a una gran comisaría europea ya que, como adelantó hace meses elEconomista, la presidencia del Eurogrupo estaba reservada para el titular de Economía, Luis de Guindos. Cañete tuvo el desliz sobre Valenciano y a partir de ese momento se refugió entre los electores del campo, en lugar de concentrar su campaña electoral en las grandes urbes.

    Uno de los aspectos claves para gobernar bien es rodearse de la gente adecuada. En la actualidad hay ministros de gran valía, en contraposición a los gabinetes de Zapatero, pero también hay otros quemados, pese a que Rajoy se empeña en mantenerlos contra viento y marea. Pocos de sus votantes entienden que aún siga al frente de Sanidad Ana Mato, después de comprobarse las gratificaciones que recibió de la Gürtel. Tampoco está justificado su empeño en mantener al titular de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, después de la metedura de pata sobre la ilegalización del aborto o sobre la utilización política de la Fiscalía de Madrid para apoyar a su amigo el expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa; así como la politización de la Justicia, cuando el PP prometió profesionalizarla.

    Una imagen igual de depauperada ante la opinión pública tiene el titular de Educación, José Ignacio Wert, quien se autoinmoló para defender el castellano en Cataluña y me consta que ofreció su cabeza al presidente. El ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, pidió su traslado a otra cartera porque los viajes lo agotan y los temas lo desbordan. No hay más que echar un vistazo al conflicto con Gibraltar, que ha desaparecido de las portadas de los periódicos sin quedar ninguna de sus reivindicaciones resueltas.

    Entre los ángeles caídos para el electorado está también el titular de Hacienda, Cristóbal Montoro, no sólo por sus permanentes riñas con Guindos, sino por su empeño en subir los impuestos (justo lo contrario que predicaba el programa del PP) y en eludir un recorte de las Administraciones.

    Montoro prometió bajar los impuestos en esta legislatura, pero según sus manifestaciones, en realidad lo utilizará como reclamo para ganar las próximas elecciones, ya que la medida entrará en vigor de manera progresiva a partir de 2016. Es decir, en la próxima legislatura. La reforma de la financiación autonómica se retrasó hasta después del verano y la fiscal aún no tiene fecha.

    Justo es reconocer que salvó a España de la debacle gracias al plan de proveedores. Hubo varias multinacionales a punto de irse, que cambiaron de opinión en el último momento al reanudarsen los cobros. Pero el programa tuvo un efecto pernicioso, las autonomías abandonaron los ajustes de plantillas, gracias a que podían acudir a la barra libre de Hacienda. Montoro presume de reducir las Administraciones en cerca de 400.000 empleos. Pero el recorte de funcionarios fijos ronda los 100.000, el resto fueron empleados interinos. Tampoco se mejoró la eficiencia, ni se eliminaron las duplicidades de organismos o se redujo sustancialmente el número de empresas públicas. No se cerró ni una universidad, pese a su mediocre calidad y a que algunas apenas tienen alumnos.

    El paternalismo de Rajoy con la cosa pública casa mal con el pensamiento de buena parte de su electorado. Sobre todo, los más ilustrados, partidarios del programa liberal con el que llegó al poder y del que se olvidó de inmediato. Ello explicaría la pérdida de 2,6 millones de votos con respecto a la anterior consulta. Si se descuentan los alrededor de 750.000 que optaron por partidos nuevos de ideología similar, como Vox o Ciudadanos, la sangría suma alrededor 1,9 millones de descontentos que se quedaron en casa como castigo al Gobierno.

    De poco sirvió a Rajoy la extensión de su control sobre algunos medios de comunicación como El País o El Mundo, así como sobre las grandes cadenas de televisión. La política de repartir entrevistas y filtraciones a los afines en detrimento de los díscolos, así como de incluir a sus periodistas en las tertulias oficiales, tuvo un resultado decepcionante. Una parte de la opinión pública se encandiló con el discurso disparatado del líder de Podemos, Pablo Iglesias, en lugar del mensaje manido de los telepredicadores, convenientemente adoctrinados por alguno de los grandes partidos.

    No sé como explicará la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, el favor que hizo al aprobar, en contra del criterio de Competencia, la fusión entre Antena 3 y La Sexta, cuando luego esta última cadena sirvió de plataforma de lanzamiento de Pablo Iglesias. Afortunadamente, la libertad de expresión es difícil hoy de acotar gracias a la existencia de multitud de medios, que escapamos a los corsés oficiales.

    El Gobierno vende, por último, una recuperación económica que, de momento, sólo existe sobre el papel, ya que el efecto sobre el desempleo es aún inapreciable. El electorado no perdona el pacto de caballeros entre los grandes partidos para repartirse cargos y poltronas oficiales, pese a los escándalos de corrupción.

    Es incomprensible que Magdalena Álvarez aún siga de vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI), varios meses después de su imputación. Los escándalos de corrupción asedian las filas de PP y PSOE, sin que el Ejecutivo mueva un dedo para corregirlo. La ley de Transparencia, después de ser modificada para incluir a sindicatos y fuerzas políticas, así como a la Casa Real, apenas exige el detalle de sus gastos.

    La impresión entre buena parte de las clase media-alta votante del PP es que la crisis no ha servido para corregir los errores del pasado, como el exceso de gasto público y la ausencia de control sobre éste. Para colmo de males, Rajoy y Montoro ponen en marcha la maquinaria de contrataciones públicas antes de restituir la subida de impuestos. ¿Y se extrañan de que parte de su electorado prefiera quedarse en casa en vez de ir a votar en las elecciones?