Las claves de la recuperación
La confianza, la flexibilidad y la estabilidad muestran el camino para salir de la crisis.
La globalización de los mercados, la mayor apertura exterior de la economía española, el aumento de la competencia a escala mundial y la libertad de circulación de capitales obliga a ser más competitivos, pero no a través de los tradicionales mecanismos artificiales, devaluación de la moneda, que además no es posible, sino poniendo énfasis en los factores reales de la competitividad: coste, calidad, innovación, productividad, etc.
A su vez, la estabilidad macroeconómica, situación caracterizada por niveles de inflación bajos y predecibles, y déficit públicos sostenibles, reducidos y estables, junto con la liberalización y desregulación de los mercados, permite amortiguar los ciclos y sortear con éxito las turbulencias en los mercados financieros internacionales.
En consecuencia, las políticas de estabilidad macroeconómica constituyen una de las condiciones previas para garantizar una senda de crecimiento intenso y duradero en el largo plazo, generador de empleo y bienestar, puesto que únicamente los países más equilibrados soportan unos tipos de interés menores y disfrutan de mejores bases para el desarrollo económico en términos de inversión y ahorro.
Este es el caso reciente de España, el cambio en el signo de la balanza por cuenta corriente, tras 14 años de déficit; la desaparición de la inflación y la consolidación fiscal. La estabilidad del entorno macroeconómico reduce incertidumbres y genera confianza en la sostenibilidad e intensidad de los ciclos expansivos, lo que estimula el ahorro y la inversión internos, y permite apelar, sin excesivos costes, a la financiación exterior.
La confianza en España está mejorando significativamente, se deduce la prima de riesgo y se abarata la financiación, lo que está siendo fundamental en nuestra recuperación por la permanencia del euro, el pago a proveedores, el FLA y el fin de la recesión. Las políticas coyunturales de regulación de la demanda sólo son eficaces en el corto plazo, y sólo en el caso de que sean creíbles, coherentes y logren sorprender a los agentes, algo cada vez más difícil, como consecuencia de la globalización de la economía y de las reacciones de los agentes, que anticipan los efectos de las políticas económicas, a través de la configuración racional de sus expectativas.
De igual modo, en la medida en que los agentes económicos son capaces de anticipar las medidas de política económica y ajustar su conducta, aparece una inconsistencia temporal en la intervención del sector público, puesto que la actuación óptima cambia con el tiempo.
La competitividad es un concepto que se define como la capacidad para ganar participación en los mercados interiores y exteriores de forma sostenida en el tiempo, y de tal modo que lleva a un aumento de la renta real de su población. Es decir, incrementar el bienestar económico, elevando el PIB y creando empleo. También sirve para incrementar la participación en los mercados mundiales, mejorando la balanza de pagos y teniendo una favorable evolución del tipo de cambio efectivo real. En el largo plazo, la competitividad suele implicar un crecimiento estable y sostenido, ya sea como consecuencia de una mejora en la productividad de sus factores o de un aumento en la dotación o utilización de los mismos por la flexibilidad regulatoria. La reforma laboral y el saneamiento del sistema financiero son factores fundamentales en el incremento de nuestra competitividad. Por eso hay que aplicar una reforma fiscal que favorezca la inversión, el ahorro y el empleo; asimismo hay que restaurar urgentemente la unidad de mercado para generar economías de escala tal y como prevé la ley recientemente aprobada.
La productividad es otro aspecto importante, pues la principal vía para aumentar la competitividad es elevar esta a un mayor ritmo que la evolución de los costes o conseguir un producto diferenciado que compita por atributos distintos del precio. Existen muchos factores que influyen en la productividad. La inversión en capital humano contribuye a la mejora de esta, como refleja la mayor retribución obtenida por los individuos más formados. Además, los costes de producción también afectan a la competitividad de las empresas, especialmente de aquellas que producen bienes en los que la variable precio es decisiva. Estas empresas producen bienes comercializables a escala internacional con escaso índice de diferenciación, nivel tecnológico bajo o intermedio, e intensivos en mano de obra poco cualificada. En este sentido la devaluación interna de precios salarios es fundamental, tal y como reconoce la Comisión Europea, al sacarnos de la calificación de "déficit excesivo".
Asimismo hay que destacar que se necesita un adecuado nivel de desarrollo tecnológico, y, para esto, es necesario que se invierta en actividades de investigación, desarrollo e innovación. Existe una relación directa entre los avances en la investigación tecnológica y la capacidad de competir, en tanto en cuanto la elasticidad de la demanda de las exportaciones aumenta en función de la mejora de la tecnología del país. La evolución de la competitividad internacional de un país dependerá de que su nivel tecnológico crezca más o menos que el de sus competidores, lo que dependerá, a su vez, del esfuerzo realizado en I+D. En este sentido es fundamental impulsar los beneficios fiscales a la innovación.