La historia de Repsol jamás contada
Soria aceptó el acuerdo sin reparar en "detalles técnicos" para asombro de los negociadores.
Todo comenzó el pasado 15 de noviembre, cuando el ministro de Industria, José Manuel Soria, visitó México de camino a California, donde se celebró una importante cumbre empresarial hispanoestadounidense. Soria se reunió con el director general de Pemex, Emilio Lozoya, y el secretario de Estado de Energía mexicano para intentar concretar el pedido para los astilleros de Navantia. El ministro llevaba un as en la manga para desbloquear el contrato, ya que los mexicanos ligaban su resolución a la del conflicto con Repsol a cuenta de la argentina YPF.
El presidente de la petrolera española, Antonio Brufau, le había largado un documento con las condiciones en las que estaría dispuesto a firmar la paz con Kirchner. Soria se estudió cuidadosamente el dossier, que constaba de casi medio centenar de folios. Aunque todo se resumía, en realidad, en uno encabezado bajo el título de Líneas Básicas.
Conocedor de las maniobras de Pemex para intentar asaltar la petrolera española con las artimañas fuera de mercado que contamos en esta columna la semana pasada, Brufau realizó un esfuerzo por facilitar el acuerdo y en un ejercicio de sinceridad escribió negro sobre blanco las condiciones mínimas para el pacto.
El primer punto era el más importante, el precio, aunque no le costó mucho. Puso una cifra que consideraba asumible por los argentinos, 5.000 millones de dólares, porque Kirchner la había llegado a ofrecer con anterioridad. Eso sí, pagaderos en activos de una moneda convertible, que pudieran hacerse líquidos en el más corto plazo posible. El documento derrama a continuación una catarata de condicionantes para asegurar el cobro de estos activos, que van desde la supervisión por los organismos de arbitraje internacionales a la entrega de campos petrolíferos como aval. Otra forma de asegurar el pago sería la instauración de un impuesto, similar al canon eléctrico en España.
Soria salió satisfecho del encuentro mexicano. Había logrado matar dos pájaros de un solo tiro: amarrar el pedido de Navantia y sentar las bases del pacto con Repsol. Lozoya le dijo que sí a todo, después de consultar con sus homólogos argentinos. Aceptaban las condiciones de Brufau.
El ministro no quería dejar escapar su presa y organizó de inmediato un encuentro con el presidente de YPF, Miguel Galuccio, y el ministro de Economía argentino, Axel Kicillof, para escenificar el acuerdo. La comitiva española, además de Soria, debería contar con una representación de la petrolera española al máximo nivel. Se descartó la asistencia de Brufau, porque podía entorpecer el acuerdo, ya que está mal visto por las autoridades argentinas. El propio Brufau levantó al parecer el teléfono y pidió al presidente de La Caixa, Isidro Fainé, que acudiera para contrarrestar la presencia de Pemex. Ambos tienen el 10 por ciento de Repsol. Brufau envió a su mano derecha, el director general de negocio, Nemesio Fernández-Cuesta.
El encuentro fue bien. Soria aceptó enseguida la propuesta argentina, recogida también en un solo folio, que pusieron en la mesa Galuccio y Kicillof. Ofrecían un bono a diez años en dólares americanos con un interés del 8,75 por ciento pagadero a partir del quinto año.
Fernánez-Cuesta terció sobre el asunto de las garantías, que preocupaban en Repsol, pero Soria cortó tajante: "Lo importante son las líneas básicas. Los detalles quedan para la negociación técnica".
Cuando Brufau requirió desde España los términos del principio de acuerdo, Fernández-Cuesta se los envió en un pantallazo de móvil. "No hay más", sentenció. Con este papel se presentó Brufau el miércoles ante el consejo de administración de la petrolera, para estupefacción de sus miembros.
Varios de ellos no daban credibilidad al breve documento. Mario Fernández, consejero en representación de la BBK y dueño de un prestigioso bufete empresarial, protestó amargamente y advirtió sobre las graves responsabilidades derivadas para los consejeros si Argentina incumplía su palabra. Los demás, incluido el presidente, llegaron a la misma conclusión. Fainé delegó en el presidente.
Brufau tuvo que esforzarse para que el documento fuera aprobado, ya que varios consejeros eran remisos. En realidad, no era posible negarse, porque la presencia de Soria había dado un carácter institucional al compromiso. La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, llamó esta semana a Rajoy para darle las gracias en un intento de remarcar la oficialidad del pacto.
Pero en Moncloa estaban sobreaviso. Por ello habían eludido emitir un comunicado para valorar el acuerdo alcanzado por Soria nada más conocerse, con el fin de evitar darle marchamo de Estado. Así se dejaba margen a la petrolera para negarse en el futuro al compromiso, si no obtuviera las garantías suficientes.
Los consejeros se desahogaron contra Pemex. Reprocharon a su representante, Arturo Enríquez, que pongan constantes trabas. Pero sobre todo las críticas se dirigieron contra el discurso de Lozoya en el Parlamento mexicano, en el que atacó la gestión de Brufau e incluso sus honorarios y su indemnización millonaria. También dolió que Pemex manipulara las cifras para comparar la evolución en bolsa de Repsol con otras compañías europeas del sector. Para más inri, la petrolera mexicana anunció su intención de entrar en Vaca Muerta nada más conocerse el preacuerdo, sin esperar a la firma, lo que dejó al descubierto su estrategia.
El representante mexicano quedó aislado. Todos hicieron una piña en favor de Brufau y de su gestión, que salió refrendada por unanimidad con la excepción de Enríquez. Paradójicamente, algunos medios habían sugerido por la mañana la renuncia del presidente de Repsol. Pero ocurrió justo lo contrario.
El consejo acordó crear cinco comisiones para evaluar los riesgos de todo tipo para asegurar el pago. Repsol se convertirá en el principal acreedor de Argentina junto al Club de París. El problema es que ante cualquier demanda de un accionista que se considere damnificado, se podrían exigir responsabilidades al órgano de administración.
La negociación se presenta tensa, larga y complicada. Nadie espera una pronta resolución del conflicto. Aunque en esta ocasión existe la impresión de que a Kirchner le aprieta el zapato. Debilitada políticamente en los últimos comicios y con los inversores extranjeros en huida, está necesitada de un compromiso. Por primera vez, parece que los argentinos están dispuestos a alcanzar en serio una solución.
El acuerdo sería también beneficioso para Repsol, que eliminaría una de las principales incertidumbres sobre su futuro y acabaría con las presiones que le llegan por todos los lados. Brufau mantiene la promesa de devolver la mayoría del dinero a los accionistas en forma de dividendo. Un gesto muy bien valorado tanto desde La Caixa como desde Sacyr, que han cerrado filas con él. Pero otra parte quedaría para financiar su crecimiento internacional con compras.
Si los argentinos cumplen, la propuesta es estupenda, asegura un analista, porque supondría alrededor de 3.000 millones adicionales en intereses, con lo que la pérdida de valor de la expropiación sería mínima. Pero eso es a día de hoy aún un sueño. Y como decía Pedro Calderón de la Barca, "los sueños, sueños son".