Opinión

Amar al banco, odiar al banquero



    Los críticos quieren que los bancos funcionen con mucho menos apalancamiento.

    Rara vez el discurso público tiene matices. El margen de atención del público es breve, y las sutilezas tienden a confundir. Mejor asumir una posición clara, aunque incorrecta, porque al menos el mensaje llega. Cuanto más nítido y estridente sea, más probabilidades tendrá de captar la atención del público, de que lo repitan y sirva de marco para el debate.

    Pensemos en el debate sobre regulación bancaria. Hoy los responsables de los bancos están claramente denigrados. Pero la práctica bancaria también es de difícil comprensión. Por eso, cualquier crítico que cuente con el peso intelectual para dispersar la pantalla de humo que los responsables de la banca han dispuesto en torno a su negocio, y que pueda retratar a los banqueros como incompetentes y malévolos, encuentra una audiencia entregada. El mensaje del crítico -los bancos deben reducir su tamaño- resuena por doquier.

    Evidentemente, los responsables de la banca pueden ignorar al crítico y al público, y usar su dinero para presionar en los foros adecuados para mantener sus privilegios. Pero de vez en cuando hay un responsable de la banca que arremete, harto de que se le retrate como un granuja. Él (suele ser un hombre) advierte al público de que hasta las más moderadas regulaciones que se impongan sobre los bancos traerán consigo el fin de la civilización según la conocemos. Y así continúa la estridencia, sin que el público esté mejor informado.

    Un ejemplo más concreto nos lleva a casa. Hay un importante número de bancos que funcionaban a niveles muy altos de apalancamiento antes de la reciente crisis, con una relación entre deuda y acciones de 30 a 1 (o más) en algunos casos, y con gran parte de la deuda a muy corto plazo. Cabría llegar a la conclusión de que los bancos funcionaban con demasiado poco capital social, y un margen de seguridad demasiado pequeño, y que haría falta una respuesta normativa para que los bancos fueran mejor capitalizados.

    Pero aquí es donde el consenso se rompe. Los críticos quieren que los bancos funcionen con mucho menos apalancamiento, especialmente en materia de endeudamiento a corto plazo; de hecho, algunos quieren bancos que sólo tengan capital social, para que el sistema se vuelva más seguro. Los responsables de los bancos replican que tienen que pagar un rendimiento más alto sobre cualquier acción adicional que emitan, con lo que más acciones incrementarían su coste de capital, obligándoles a elevar los tipos de interés sobre los préstamos que otorgan, reduciendo la actividad económica.

    Ninguna de las dos partes tiene mucha razón en su argumentación pública. Los responsables de los bancos no parecen haber internalizado un axioma fundamental de las modernas finanzas: el riesgo emana de los activos que tiene un banco. Según el teorema de Modigliani-Miller, la mezcla de deuda y acciones que se usa para financiar los activos no altera el coste medio de financiación. Usando deuda más "barata", las acciones se harán más arriesgadas y costosas, manteniendo inalterados los costes generales de financiación. Usando más acciones, las acciones quedan menos apalancadas y menos arriesgadas, cosa que provoca que los inversores demanden rendimientos más bajos para tenerlas y, de nuevo, el coste general de financiación se mantiene inalterado. En otras palabras, considerando un conjunto de flujos de caja de los activos de un banco, el valor del banco no se ve afectado por la forma en que dichos flujos de caja se distribuyen entre los inversores, con lo que más apalancamiento no reduce el coste de financiación de un banco.

    Si su argumentación pública es incorrecta (y deben saberlo), ¿por qué los responsables de los bancos prefieren el endeudamiento a corto plazo a la financiación mediante acciones a largo plazo? Los críticos alegarían que es por la preferencia fiscal aparejada a la deuda, o porque los bancos son demasiado grandes como para fallar. Pero estos argumentos no soportan el escrutinio. Si la capacidad de deducción del interés ha hecho que la deuda sea atractiva, a los responsables de los bancos debería serles indiferente la deuda a largo plazo o la deuda a corto plazo. Sin embargo, parecen preferir esta última.

    De igual forma, a los bancos "demasiado grandes para fallar" no les importaría el riesgo de fallo asociado a la financiación de la deuda. Pero, de nuevo, no está claro por qué iban a preferir la deuda a corto plazo. Al fin y al cabo, si los responsables de los bancos estuvieran intentando beneficiarse, ¿no emitirían deuda a largo plazo, para la cual el riesgo de incumplimiento y la ganancia de la garantía implícita de la Administración, es alto? Y más aún, ¿por qué los bancos pequeños, que no tienen respaldo implícito de la Administración, también tienen tanto apalancamiento?

    Los argumentos de los críticos sobre los beneficios de las acciones son igualmente insatisfactorios. Evidentemente, considerando un conjunto de activos bancarios, más acciones reducirían el riesgo de fallo. Pero el fallo no es siempre malo. Un responsable de un banco que opere un banco sólo con acciones, sin necesidad de devolverle jamás su dinero a los inversores, tendría más probabilidades de asumir riesgos injustificados.

    Por ejemplo, cuando Washington Mutual colapsó en 2008, tras un frenesí de concesión incontrolada de préstamos (fue el mayor fracaso bancario de la historia de EEUU), no fue porque los titulares de las acciones decidieran cerrarlo, sino porque los depositantes habían perdido la confianza en él. ¿Cuánto más valor habrían destruido los administradores de Washington Mutal si el banco hubiera estado financiado por acciones? En suma, hay un término medio. Demasiada deuda a corto plazo hace que los bancos estén más inclinados al fracaso, mientras que demasiadas acciones limita demasiado poco la capacidad de un responsable de un banco de destruir el valor. La verdad yace en algún punto entre la posición de los estridentes críticos y los indignados responsables de la banca, que puede ser el motivo por el cual los bancos moderadamente apalancados llevan mil años caracterizando las economías occidentales. No podemos permitir que nuestro rechazo al responsable del banco destruya el banco.