Los memos y la paz
Hace no tanto dos grupos de compatriotas fueron secuestrados por el terrorismo islámico. Todos aceptaron que había que pagar para liberar a nuestros conciudadanos, incluso al precio que nadie quería ver: fortalecer económicamente (es decir, en medios de muerte) a los terroristas. El rescate entregado a Al Qaeda fue de ¿10, 20? millones de dólares.
Pues bien, según recoge el CIS en su informe de 2011, ¡sólo el 33% de españoles aprobaría una intervención militar para imponer la paz en una zona de guerra? subiendo al 43% si el objetivo fuera llevar ayuda humanitaria! Claro y rotundo: casi el 100% de nuestros compatriotas admite financiar a Al Qaeda para salvar la vida de los propios, pero sólo un tercio admite la necesidad de usar la fuerza contra esas alimañas. La cuestión ya es de aurora boreal cuando conocemos el porcentaje de los que aceptarían la guerra ante una invasión de nuestro territorio -¡asómbrense-: el 34% se niega a defenderse, y prefiere la ocupación.
A estas almas de cántaro, memos de solemnidad que confunden el culo con las témporas y la paz con la estupidez, les recordaría que la ocupación militar no es la policía municipal regulando el tráfico (en lengua extranjera). Es la pérdida del coche, del reloj, de la casa y, si se pone, de la mujer y la hija en beneficio de las fuerzas ocupantes extrañas. Eso es una invasión. Para ejemplo, la guerra de Bosnia, donde convecinos devenidos extranjeros lo practicaron entre sí con ejemplar eficacia.
Aquí, que somos el pasmo de Occidente y espejo del mundo mundial, resultamos más pacifistas que la paloma de Picasso. Pero, si viniera el águila a devorarla, clamaríamos y clamaríamos que se respetaran nuestros derechos, nuestros bienes y nuestra dignidad. Y entonces nos parecerá excelente que sean los marines norteamericanos (o la Legión francesa) quienes nos saquen las castañas del fuego.
En este país no cabe un tonto más.
Por Javier Nart, abogado.