La tregua de los mercados
El éxito de las colocaciones de deuda no garantiza la recuperación de la economía.
Al ministro de Economía, Luis de Guindos, le faltó tiempo para remarcar que la colocación de deuda sindicada alcanzó una demanda récord, 22.700 millones, casi seis veces la oferta. Luego, si se prestaba atención a los detalles, el triunfo es menor: el Tesoro pagó un 5,2 por ciento por los bonos a diez años, un interés ligeramente superior al de las últimas subastas de deuda celebradas.
La colocación del martes pasado es un paradigma de que los inversores recuperan el apetito por el riesgo en España. La cuestión es por qué se pierde el miedo a comprar deuda cuando los grandes indicadores de la economía apenas mejoran, o empeoran en algunos casos. El desempleo conocido esta semana refleja que sigue la destrucción a un ritmo acelerado, tanto en el sector público como en el privado, pese a que la ministra del ramo, Fátima Báñez, presume de que se agota la caída del empleo privado.
Otro mal dato es el de la actividad (el consumo prefiero saltármelo, para no deprimirles). El producto interior bruto (PIB) cayó el 0,6 por ciento en el último trimestre, más de lo esperado, y dejó en negativo el crecimiento por segundo año consecutivo.
Lo peor de todo es el déficit. Rajoy hizo de la lucha contra éste su prioridad, aunque es obvio que sin resultados. El descuadre en las cuentas de la Seguridad Social provocará un desfase de en torno a un punto, hasta el 5,5, en el déficit del Estado. Si se añaden otros 2,6 puntos entre autonomías y ayuntamientos, cerraremos alrededor del 8 por ciento. Eso es en el supuesto de que sólo se aleje de la senda Cataluña, como anunció su Gobierno. Algo que es mucho suponer, teniendo en cuenta la tendencia al dispendio de presidentes autonómicos como Griñán (Andalucía), Fabra (Valencia) o Valcárcel (Murcia).
El 8 por ciento sería el déficit declarado oficialmente, porque el real es mucho más alto, ya que, como denunciamos reiteradamente en elEconomista, hay 15.000 millones de facturas en el cajón que se financiarán mediante el Fondo de Liquidez Autonómica, el llamado FLA, en el cómodo plazo de diez años, y que no se contabilizan oficialmente como déficit.
Por supuesto, tampoco incluye los 40.000 millones en ayudas financieras a la banca, porque entonces el déficit español se asemejaría más al argentino o al de Guinea que al de cualquier Estado europeo. En resumen, que sin contabilizar la asistencia a las entidades financieras el déficit real se situaría alrededor del 9,5 por ciento. Un porcentaje similar al que dejó la infausta Elena Salgado, que tanto criticamos.
¿Esto es porque Rajoy no ha hecho el ajuste prometido? No. Se han hecho reformas, como él las llama para eludir la palabra ajuste, por unos 30.000 millones. Una cifra de la que saca pecho el ministro Luis de Guindos ante sus colegas europeos. Al ministro le gusta decir que "en realidad se trata del mayor ajuste realizado por una economía europea en plena recesión".
Aunque en este asunto el Gobierno de nuevo prefiere hablar de déficit estructural, sobre el que pronostica un descenso por debajo del 3 por ciento sobre el PIB. Ése es el desequilibrio que debería tener la economía en circunstancias de crecimiento normalizadas. Como ven, para seguir al Ejecutivo se necesita un manual de tecnicismos y otro sobre eufemismos.
En resumidas cuentas, la experiencia que podremos sacar del primer año triunfal de reformas, empleando el término favorito de Rajoy, es que su efecto sobre el déficit es nulo o casi inexistente. Y usted se preguntará: ¿quiere decirme que la subida del impuesto de la renta, del IVA o el recorte de la paga extra de los funcionarios han sido en vano? Podría entenderse así. La segunda lección terrible de esta crisis es que el déficit no podrá reducirse de manera sustancial hasta que haya crecimiento económico.
Afortunadamente, la canciller alemana Angela Merkel comienza a apreciar que sólo con ajustes es imposible salir del hoyo. El pacto secreto alcanzado con el presidente francés, François Hollande, es aflojar la presión sobre el sur de Europa para intentar que crezca sin cambiar en lo esencial ni el discurso ni los valores. Una vez más, es un pacto interesado, sobre todo para Merkel, que necesita llegar a las elecciones de finales de octubre con la Europa del euro en calma para ganar. La pérdida en los recientes comicios de Baja Sajonia hizo saltar las alarmas en su partido, la CDU. Ahora, su única opción es apostar por una reelección plebiscitaria centrada en su persona, que mantiene tasas de popularidad superiores al 70 por ciento.
El caso de Hollande es el contrario. Hundido en las encuestas, necesita que su discurso de austeridad contenida se imponga para recuperar la confianza perdida. Sólo esta estrategia puede explicar que, mientras el conseller de Economía catalán, Andreu Mas-Colell, desafía a Montoro con un déficit superior en 8 décimas al previsto, el comisario europeo de Economía, Olli Rehn, anuncia que se relajarán los objetivos al déficit español.
Antes del verano, cada vez que se conocía un dato negativo sobre el déficit español, portugués o griego salía un miembro del Gobierno o del banco central germanos a pedir más esfuerzos fiscales. O la multitud de ocasiones en que un portavoz alemán desmentía a otro europeo, incluido el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, o el del Consejo, Herman Van Rompuy.
En mi opinión, el éxito de las colocaciones españolas de deuda tiene mucho de europeo. Las autoridades del euro están aprendiendo a apoyarse mutuamente, en lugar de contradecirse, como ocurría entre el Bundesbank y el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi. Sólo su disposición a salir al rescate del sur sirvió para calmar las aguas en los turbulentos mercados financieros.
El mérito no es sólo europeo, por supuesto. España ha protagonizado algunas conquistas, pero aún insuficientes para garantizar un futuro estable. La reforma laboral de Báñez, aunque incompleta, está logrando significativas ganancias en competitividad gracias a la reducción o la congelación de los salarios en los convenios colectivos. El esfuerzo de austeridad titánico del sector privado por achicar su deuda, junto con la caída del consumo, está a punto de conseguir que España se autofinancie. Un gesto muy positivo que aprecian los mercados. La deuda total de nuestro país ronda los tres billones, de los que sólo unos 700.000 millones corresponden al Estado.
Las mejoras competitivas, la corrección de los déficits comercial y por cuenta corriente, unido a la calma de los mercados y las subidas bursátiles, permiten augurar cada vez a más economistas que en la última parte del año puede producirse una tímida recuperación, que se mostraría plenamente a lo largo del año siguiente. Siempre que en el camino no surja algún susto, como el de que EEUU caiga en el precipicio fiscal.
Se trata, en cualquier caso, de un pronóstico cogido con pinzas, porque aún falta mucho por ajustar, sobre todo en la Administración, y para cumplir con el déficit. En elEconomista defendemos que sería beneficioso solicitar un rescate blando o virtual, o como quieran llamarlo esta vez para no enfadar mucho más al ciudadano-votante. Los intereses de la deuda, al precio de colocación actual, rondan los 30.000 millones anuales, pese al esfuerzo de la propaganda oficial para trasmitirnos que es más barato que antes. Se trata de una cuantía equivalente a todo el plan de reformas de 2012 o del coste de sufragar el desempleo.
El programa pactado con Bruselas prevé un ajuste del gasto público para el año actual similar al del pasado. Montoro se queda sin margen de subir impuestos y Guindos intenta estimular la economía con planes liberalizadores precipitados, que siembran el desconcierto y el enfado entre los afectados. Otro día lo analizaremos en profundidad. Una menor factura de la deuda sería un alivio, en lugar de seguir a merced de capricho del mercado o de Merkel. Sobre todo, teniendo en cuenta que la economía seguirá estancada hasta que el crédito fluya con agilidad, y para eso queda aún mucho tiempo por delante.