Opinión

Vayamos al fondo



    En estos años de depresión en España, el imaginario colectivo, estimulado por críticas bien fundamentadas y también por las acusaciones provenientes de la oposición al sistema, ha colocado a la banca en el centro de las responsabilidades por la situación que atravesamos. Y, junto a la banca, a la clase política.

    Que el papel del capital financiero especulativo está en el centro de la crisis es obvio, pero erraríamos si dirigiéramos nuestros dardos sólo al mundo bancario.

    Es ya un lugar común exigir a las entidades de crédito una mayor dedicación de sus recursos al mundo empresarial, y preferentemente a las pymes. Como prueba de cargo se relata lo que acontece con los créditos que la banca recibe del BCE al 1% y que luego presta al Estado al 6 o 7%.

    La pregunta que debiéramos hacernos es si en un mercado como el nuestro, eufemísticamente llamado libre, los demás demandantes de crédito, en este caso las empresas, tienen para la banca las mismas garantías de beneficio que el Estado. Y es aquí donde el problema cobra toda su magnitud. En marzo de 2007 la capacidad productiva en uso era del 81,2%; hoy está situada en el 73,9%.

    Entre noviembre de 2011 y el mismo mes de 2012 la concesión de créditos bajó un 7,2%. Y, como contrapunto, la morosidad en el crédito superó por primera vez el 11%; un porcentaje que nos retrotrae a 1962. Si reparamos en la industria el dato es desolador: en una década se han perdido 900.000 empleos.

    El valor añadido bruto de la industria española es del 15,1%, es decir, 2 puntos por debajo de la media de la UE, frente al 22% de Alemania o el 18,8% de Italia. Es ahora cuando aparecen los efectos de las alegrías y frivolidades de otras épocas volcadas al negocio en detrimento de la creación de un tejido productivo eficiente. Como colofón, el FMI reconoce los errores de una política de recortes que él aconsejó. Se cargaron la demanda agregada y ahora lloran como Boabdil de Granada.

    Julio Anguita, ex coordinador general de IU.