Opinión
La gran distribución no es tan malvada
Cuando empezamos a trabajar en el documento, cuyas conclusiones publicamos hoy aquí, sobre el sector de la alimentación en España, compartíamos los mismos prejuicios que casi todos. Habíamos oído muchas veces a los agricultores quejándose de que cobraban muy poco por unos productos que luego se vendían quince o veinte veces más caros en los grandes supermercados de las ciudades.
Habíamos escuchado a los pequeños comerciantes quejándose de la competencia desleal de la distribución organizada. Habíamos leído que las marcas blancas canibalizaban el espacio de los lineales y habían hecho desaparecer a muchos pequeños productores con marca propia, o que dificultaban la distribución de los productos de las marcas líderes.
Después de haber terminado este estudio, nos hemos convencido de que la mayoría de esos argumentos son leyendas urbanas que no están justificadas.
Las principales conclusiones de nuestro informe muestran:
- Que la cadena de los alimentos frescos es muy compleja y que entre los productores primarios y los consumidores hay muchas actividades que añaden valor. Pongamos el ejemplo del tomate: al precio que se paga en la mata tenemos que sumarle la primera merma que se produce en el transporte a la lonja. Después están las tareas de selección y calibrado. A continuación el transporte, posiblemente refrigerado, a un mercado mayorista, lo que genera nuevas mermas. Transporte hasta el comercio minorista. Y otra vez mermas, o ventas a precios reducidos, cuando se pasa la fecha óptima de maduración.
Comparar el precio que cobran los agricultores en la mata y el que paga el consumidor final por un tomate en perfecto estado de conservación y maduración simplemente no tiene mucho sentido.
- Que cuando se calculan adecuadamente las medias, al productor en origen le corresponde el 46% del coste final y a la distribución organizada tan sólo el 22%. El porcentaje restante se reparte entre el 21% que le corresponde a la industria transformadora y el 11% que le corresponde a la distribución logística.
- Que la distribución organizada convive con los comercios especializados, que unos y otros se reparten el mercado aproximadamente a partes iguales y que todos ganan dinero, como demuestra la coexistencia de muchos tipos distintos de establecimientos. Otro asunto es que a unos o a otros les gustaría ganar más. A nosotros también.
- Que las marcas blancas han expulsado del mercado a las pequeñas marcas que ocupaban los segmentos intermedios de la relación calidad-precio, pero que su aceptación entre los consumidores demuestra que cumplen un papel económico importante.
El consumidor final ha visto aumentada su capacidad de elección con productos que antes no estaban disponibles. A los fabricantes les ha proporcionado un nuevo e importante cliente. Y es verdad, a sus competidores les ha planteado un reto competitivo y de cuota de mercado, que les ha obligado a mejorar su eficiencia y a reducir sus precios sin reducir la calidad de sus productos.
- Que la distribución minorista actúa como moderador de los precios de venta finales. Frente a la gran volatilidad de los precios en origen, el consumidor final disfruta de una variabilidad en los precios que es mucho menor. Esto es posible gracias a que las cadenas de distribución minorista tienen más posibilidades para variar los márgenes entre sus productos y de esta forma suavizan los ciclos de los precios.
- Que la distribución organizada dinamiza el mercado, garantiza el suministro, estabiliza el empleo y estandariza la calidad de los productos.
- Que los servicios adyacentes que las cadenas de distribución ofrecen (aparcamiento, cercanía, variedad?) incrementan el valor del producto.
- Que ni la Comisión de Defensa de la Competencia (CNC) ni nuestros propios cálculos nos han permitido identificar en el sector prácticas colusivas o de dominio de mercado merecedoras de sanciones o de objeciones.
Pese a todo ello, muchas personas siguen viendo a las cadenas de distribución como las culpables de los desequilibrios existentes en la cadena de valor, como el propio Gobierno de España afirma en el Anteproyecto de Ley de Medidas para Mejorar el Funcionamiento de la Cadena Alimentaria.
Desde nuestro punto de vista, la nueva legislación sobre la mejora de la eficiencia de la cadena agroalimentaria en España requiere de un análisis previo profundo, científico y riguroso. La CNC señala, por ejemplo, que uno de los principales problemas de la actual situación del mercado alimentario español es la excesiva regulación existente, que dificulta la tarea de las empresas y acrecienta las diferencias entre comunidades autónomas. La nueva legislación prevista por el gobierno ignora casi por completo estas inconsistencias y excesos regulatorios.
Para mejorar realmente el funcionamiento de la cadena alimentaria es necesario detectar los problemas que limitan el buen funcionamiento del proceso de producción y distribución, pero sin caer ni en la superficialidad analítica ni en los lugares comunes. La retórica habitual de buenos contra malos no ayuda ni a hacer más eficientes los mercados, ni a mejorar la relación entre la calidad y el precio de los productos, que es el principal objetivo que debería perseguir el legislador.
Javier Díaz-Giménez y Gonzalo Gómez, del IESE Business School.