Opinión

¿Cómo se dice en finés 'economía de casino'?



    Finlandia olvida que pasó por un trance similar al de España, pero con la ventaja de poder devaluar.

    Kasinotalous. En traducción libre, economía especulativa. Y es que esos moralizadores finlandeses que circulan tan exigentes ellos por las instituciones europeas como si en su vida hubieran roto un plato fueron primero, como San Agustín, grandes pecadores antes de adoptar aires de santo. Su exigencia de un trato preferencial por el cual su aportación al rescate común del sector bancario español tendrá que estar afianzado al 40 por ciento por nuestro Gobierno es chocante. Por lo menos han abandonado su pretensión de que la deuda española estuviera avalada por los fondos del Museo del Prado, lo cual es de agradecer. Chocante porque en la virtuosa Finlandia conocen de primera mano los engañosos encantos de la especulación financiera, el crédito fácil y la consiguiente burbuja inmobiliaria, como también conocen lo que es tener que acudir al contribuyente para rescatar a un sector bancario enfangado con unos activos sobrevalorados y deudas incobrables.

    A mediados de los años ochenta se desreguló el sector financiero finlandés, y los bancos, hasta entonces embridados al banco central en su política crediticia, pudieron acudir directamente a los mercados monetarios financieros internacionales para financiarse. La expansión incontrolada del crédito barato y una divisa anclada al dólar crearon un espejismo de prosperidad que disparó el mercado inmobiliario y las bolsas. Los bancos -y especialmente sus cajas de ahorros-, hasta entonces domésticos y prosaicos patos, se creyeron cisnes y empezaron a volar alto, dejando atrás las aburridas operaciones de banca minorista para volcarse en operaciones especulativas financiando inversiones inmobiliarias por doquier y la compra de paquetes accionariales significativos en los grandes grupos industriales.

    Como siempre y entre el aplauso general, todo iba de primera hasta que dejó de hacerlo. Los artículos periodísticos sobre los nuevos magos de las finanzas, sus yates, mansiones y otras necesidades imprescindibles del éxito, se vieron sustituidas por preocupantes noticias sobre quiebras, desplomes inmobiliarios y despidos. El frágil castillo de naipes comenzaba a desmoronarse y los créditos tan alegremente concedidos comenzaron a vencer incobrables. La marea viva del mercado monetario que había hecho flotar todos los barcos se retiró, dejando sobre la playa los restos de un naufragio de excesos e inversiones no rentables que no encontraban refinanciación. Sin crédito, la tasa de interés Helibor -el índice de referencia finlandés- subió hasta el 15 por ciento.

    El Gobierno finlandés con sus contribuyentes a la cabeza tuvo que acudir al rescate de Skop Bank -el organismo que agrupaba las cajas finlandesas-, y los directivos de las instituciones financieras empezaron a desfilar con mejor o peor fortuna hacia los tribunales. Se creó un fondo de garantía (Valtion Vakuusrahasto) que, como en España, intentó primero consolidar las cajas con los retales del naufragio para su posterior venta a los bancos comerciales mientras estos últimos tuvieron que acudir al Fondo de Estabilidad Estatal y al mercado de capitales para reforzar su capital, carcomido por activos deteriorados. Quien mejor encarnó el símbolo de esta crisis fue Ulf Sundqvist: presidente del partido socialista SDP, ministro en cuatro Gobiernos, cerró su carrera con un broche de oro cuando pasó a dirigir el STS-Bank (Caja de Ahorros de los Trabajadores) para acabar siendo procesado poco después como responsable de "reiterada negligencia y deshonestidad en su política de concesión de créditos". Condenado a una sanción de 16,6 millones de marcos finlandeses -¡oh sorpresa!: acabó pagando sólo 1,2 millones-. Cosas de la política.

    No fue así para el ciudadano; el total de la factura del rescate que tuvo que costear ascendió a un 8 por ciento del PIB de entonces. El producto nacional bruto cayó un 13 por ciento y la tasa de desempleo nacional se disparó hasta alcanzar el 18,9 por ciento en 1994. Un 34,6 por ciento en el sector de la construcción. El Gobierno, forzado a garantizar la solvencia del sector bancario para evitar el mal mayor de un colapso total de la economía, tuvo que recortar drásticamente los presupuestos municipales y los gastos sociales e introducir el copago por los servicios sanitarios. (Los paralelismos saltan fronteras). Dos devaluaciones del markka en 1991 y 1992, que supusieron una caída del 30 por ciento en el valor de su moneda, se añadieron a la penuria nacional y a la pérdida de riqueza de la población, que tuvo que apretase el cinturón y comenzar a ahorrar para hacer frente a los tiempos inciertos. Se pasó de una tasa de ahorro negativa del -2 por ciento en 1990 al 10 por ciento en 1993. Podemos imaginarnos muy bien, porque lo estamos viviendo en nuestras carnes, lo que eso supuso en términos de consumo y el golpe que representó para la pequeña y mediana empresa.

    Y es esta Finlandia la que, a pesar de las duras medidas adoptadas por el Gobierno español en un contexto en que no es posible aliviarse como ellos devaluando la moneda y en que el ajuste tiene que ser realizado a las bravas a base de una devaluación interna de salarios y beneficios para ganar competitividad, la que hoy nos exige garantías para conceder su fastidioso sí al crédito de 100.000 millones negociado con la Unión Europea. Se nos presentan con los zapatitos bien limpios, ocultando los zuecos embarrados detrás de la puerta, como si ellos nunca hubieran transitado por estos malos caminos que hoy, como ellos ayer, nos vemos forzados a recorrer. Y es que, a veces, las más estrictas beatas fueron otrora alegres Marías Magdalena. Se podría decir que padecen un grave caso de amnesia. O, como se dice en finlandés, hyökkäys muistinmenetys.