Opinión

No estamos haciendo bien los deberes



    El Gobierno elude las reformas estructurales y los recortes y ajustes sufren retrasos.

    Ya sé que las comparaciones son odiosas. Pero algunos gestos de Rajoy me recuerdan mucho a Rodríguez Zapatero. Éste se empeñó en negar la crisis hasta que fue tan galopante que casi se lo lleva por delante. Rajoy, después de negar durante meses problemas con el sistema financiero, evita pronunciar las palabras banco malo para no reconocer que los contribuyentes tendremos que pagar los errores de los banqueros si quiere que vuelvan a dar créditos. Me pregunto si es el primer síntoma del síndrome de La Moncloa, que impide a sus inquilinos ver claramente la realidad y aplicar los remedios oportunos.

    El presidente promete reformas y recortes, pero ninguna casa de análisis prevé que las autonomías cumplan con el 1,5 por ciento de déficit. Los Gobiernos regionales en manos del PP han culminado un año en el poder sin emprender ajustes de calado. Los recortes en educación no podrán entrar en vigor en el nuevo curso escolar y las medidas más importantes en sanidad no se aplicarán hasta otoño.

    Cristóbal Montoro reunirá al Consejo de Política Fiscal y Financiera a mediados de mayo para aprobar los planes de estabilidad. Pero hasta dentro de seis meses, cuando remitan sus cuentas, no se sabrá si cuadran o no, con lo que la intervención con la que amenaza el ministro se ejecutaría en el tramo final de año. Sin tiempo para corregir el rumbo.

    El presidente andaluz, José Antonio Griñán, prometió en su discurso de investidura alcanzar el objetivo de déficit, pero no esbozó ni un solo recorte para conseguirlo. La presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, quiere cobrar por el uso de las autovías autonómicas, pero Rajoy no lo consiente. Al igual que ocurre con el consejero de Economía catalán, Andreu Mas-Colell, que no podrá facturar por día hospitalizado. Estamos en una especie de Babel donde es imposible entenderse. Unos se niegan a mover un dedo y otros no logran los permisos para moverse. Empiezo a creer, como las casas de análisis, que cerraremos otro año de incumplimientos.

    Rajoy prometió eliminar las duplicidades entre organismos públicos, como tribunales de cuentas, etc. Pero aún no tenemos noticias de ello. Tampoco de la supresión de empresas públicas. Los ciudadanos sufrimos subidas de impuestos, de tasas, y recortes draconianos de sueldos, mientras el estamento político sigue apoltronado en privilegios, como sus pensiones. Si los recortes llevan retraso, las reformas estructurales, destinadas a cambiar la faz de la Administración y mejorar su eficiencia, brillan por su ausencia.

    Estos días hemos visto a un Zapatero sonriente en su escaño del Consejo de Estado, como si la crisis no fuera con él. A su flamante nuevo puesto suma la pensión de expresidente como premio por arruinar el futuro de nuestro país durante varias generaciones.

    La bicoca del megaplán de crecimiento que algunos dirigentes venden desde las portadas de los grandes diarios nacionales es otra filfa. Poner en marcha un plan de infraestructuras con ayuda del Banco Europeo de Inversiones (BEI) es una tarea titánica, que llegaría tarde, en el supuesto de que obtuviera los parabienes necesarios, y tendría un impacto económico escaso. Los planes del BEI implican cofinanciación privada. Algo imposible en estos momentos en que los bancos no prestan a largo plazo más que para quitarse de encima sus inmuebles.

    La única esperanza que puede salvarnos y a la que, paradójicamente, comienzan a agarrarse algunos responsables gubernamentales como a un ascua ardiendo, es la victoria de François Hollande. En muchos despachos oficiales se confía en que el triunfo del socialista francés, unido al puzle resultante de las elecciones griegas y a la reciente caída del Ejecutivo holandés, remueva la conciencia de los dirigentes europeos. De esta manera, la todopoderosa canciller Angela Merkel se vería obligada a ceder. La pretensión es relajar los objetivos de déficit para toda la eurozona como fruto del empeoramiento de la coyuntura y que obtengamos un año o dos más para realizar los ajustes. Eso estaría bien, pero no podemos fiar todo de nuevo a que los demás nos salven el trasero. El riesgo es que acabemos como el ministro de Exteriores, Manuel García-Margallo, empeñado en defender la marca España y en recomponer el prestigio de antaño en Europa, cuando el problema acuciante está en el deterioro de nuestra imagen en Latinoamérica. Señor Rajoy, no estamos haciendo los deberes.