Sacar la cabeza del agujero
Eestamos tan obsesionados con la recesión y la crisis europea que nos podemos estar perdiendo lo mejor. Cierto, los datos españoles no ofrecen grandes motivos para el optimismo.
A pesar de que efectivamente el indicador adelantado del Ministerio de Economía se ha vuelto positivo, las previsiones de crecimiento no han variado significativamente y ningún analista que conozca ha cambiado sus estimaciones de una caída del PIB en el entorno del 2% este año. Y eso antes de computar el efecto de un recorte adicional de medio punto en el déficit público -al que nos obliga la Comisión Europea- y de conocer si habrá sorpresas en los cajones de Andalucía.
Si miramos a nuestros socios, las cosas no están mucho mejor en cuanto al crecimiento esperado. Lo que unido al inminente calendario electoral, con las elecciones francesas y el referéndum irlandés sobre el Fiscal Compact, ha vuelto a destapar la caja de los grillos y las filas de los que piden expansión fiscal se van nutriendo de nuevos conversos. Lo que irrita crecientemente a Alemania.
No descartemos como una frivolidad la reacción del presidente del Bayern Múnich al enterarse de que los clubes de fútbol españoles deben a Hacienda mas de?1.300 millones, porque en su fuero interno piensa como los líderes empresariales de su país. Nos están haciendo la competencia con nuestro dinero y ni siquiera hacen ademán de querer devolverlo. El debate europeo se está tornando inusualmente agrio y no es bueno para nadie. Lo que en España se ha visto como un agravio innecesario, corregir el déficit presupuestario al 5,3%, en varios países de la eurozona se ha interpretado como un trato de favor.
En Irlanda, por ejemplo, que sigue luchando por renegociar un pago de la deuda bancaria a tipos más acordes con los subvencionados que se establecen en el programa de ajuste; o en Hungría, al que le acaban de abrir un procedimiento por déficit excesivo y al que amenazan con sanciones. O en Holanda, donde puede caer el Gobierno si se suaviza el objetivo fiscal.
Europa sigue dividida
Los socialistas ahora en la oposición han abierto la batalla de la austeridad recesiva. Se consideran castigados injustamente por la crisis, y una vez liberados de la responsabilidad gubernamental coquetean sin pudor con dar una lección a los mercados. Están en su derecho, y pueden tener hasta razón, aunque lo dudo tal y como he venido argumentando estos días atrás.
Pero es irrelevante, lo trascendente es que a ojos de los inversores Europa puede seguir mucho tiempo sin una regla fiscal clara y automática que ancle las expectativas de pago. Incluso hay quien empieza a cuestionarse que una política fiscal armónica sea alguna vez posible en Europa. Lo que representa un torpedo en la linea de flotación de la moneda única. Porque el euro no podrá sobrevivir sin una política fiscal coordinada, con límites nominales de gasto, déficit y deuda, con una autoridad supranacional que los vigile y garantice su cumplimiento. Las tensiones internas, políticas y económicas, serían irresistibles.
Pero si dejáramos de mirarnos el ombligo, veríamos que hay un mundo lleno de oportunidades ahí fuera. No sólo porque otras regiones están creciendo, sino porque la variación en sus dinámicas internas son especialmente favorables a países como España. Las proyecciones demográficas en gran parte de Asia y en algunos países latinoamericanos flexionan a la baja, lo que permite esperar subidas importantes en los salarios reales a medida que la oferta de trabajo se hace más escasa.
Sus patrones de consumo y ahorro cambiarán también con el envejecimiento de la población, algo que abrirá nuevas oportunidades de consumo de servicios en los que quizás España pueda construir ventajas competitivas. Lo que es, por cierto, una razón adicional para una consolidación fiscal que abra espacios a la iniciativa privada en la provisión de servicios básicos de salud, educación, dependencia, etc.
El mundo está cambiando mucho mas rápidamente de lo que podría deducirse de la lentitud europea para construir una zona monetaria sostenible. Contribuir a la solución es el objetivo obligado de la política económica española. Pero no puede ser el único, porque nos perderíamos la globalización.
Los Presupuestos nacionales son la expresión de las prioridades de un Gobierno. Todo aquello que no se puede medir en euros es simple propaganda electoral. Conviene tenerlo muy presente a la hora de hacer los ajustes. Éstos no pueden ser lineales ni indiscriminados. Han de reflejar objetivos. Y hay uno que me parece irrenunciable. Tranquilos, que no voy a entrar al lobby del que hay de lo mío.
Se trata de ampliar la capacidad productiva del país, de desplazar la frontera de posibilidades de producción de la economía española para que algún día pueda dar empleo a sus ciudadanos. Ésa debería ser la regla de oro de los presupuestos. Habrá que sacrificar consumo presente por consumo futuro, fomentar el ahorro, renunciar a gasto social para poder invertir, olvidarse del clientelismo y ser muy escrupuloso y especialmente estricto con los cálculos de coste- beneficio.
En las últimas semanas, el diferencial español con Italia se ha abierto negativamente. Es sin duda reflejo del efecto Monti. El premier italiano es, como en la película, uno de los nuestros, mientras que los españoles hemos elevado a un sobrio registrador de provincias cargado de sentido común. Los presupuestos son la oportunidad de revertir la tendencia, haciendo valer la estabilidad que da una mayoría absoluta si se sabe utilizar.
Observadores y analistas están pendientes de ellos. Unos para especular a corto. Otros para elegir dónde apostar a ganador en la globalización. No tendremos muchas más oportunidades de sorprender positivamente.