Opinión

Lo que nunca debió dejar de ser



    ¿Qué entidad absorberá sin garantías públicas las pérdidas afloradas por terceros durante el proceso de fusión?

    Hay reformas que se critican porque no hacen sino cambiar aparentemente el estado de la situación, para que todo siga igual. En otros casos, como el que nos ocupa, se trata de reformar para avanzar, pero mirando hacia atrás y volviendo a lo que nunca debió dejar de ser. Efectivamente y en relación con la reforma financiera, el Ministro de Economía y Competitividad comprimía en pocas palabras los pilares de la misma al decir que pretendía entidades más saneadas, consolidadas y transparentes en el mercado. Y, si ello es así, podremos hablar de reforma, pero no de novedad.

    Así, en cuanto a la reformada solvencia a resultas de las nuevas provisiones contables, téngase presente que no se hace sino andar un camino que desde 2008 se dejó de caminar, al liberar a las entidades, bancarias o no, de la obligación de reconocimiento contable de las minusvalías inmobiliarias. De manera que la contabilidad dejó de ser lo que siempre fue, esto es, la imagen fiel de la situación patrimonial. Y ahora se trata de recorrer lo que hubiéramos tenido tres años para andar con más tranquilidad. Y si bien es cierto que contribuirá a transmitir más fielmente a los mercados esa situación financiera y patrimonial, no es menos cierto que a nadie se confundía en medio del limbo contable anterior y que, aun así, sumando lo provisionado y lo obligado ahora a provisionar, queda aún un tercio del importe de la financiación inmobiliaria problemática por provisionar.

    Por lo que a la consolidación de tamaño se refiere, se trata de ganar tamaño para resultar rentables en un entorno de reducción continuada de márgenes, particularmente de margen de intereses, y en un momento donde la captación de pasivo ha dejado de utilizar el euribor como referencial y donde el activo crediticio continúa en situación de dependencia, diría incluso esclavitud, de ese tipo de interés.

    Y aquí estriba, creo yo, uno de las posibles trampas de la estrategia de reforma gubernamental. Frente a la opción del banco malo, con el innegable coste público que podía representar, la opción elegida pasa por una fórmula de salvamento y socorrismo dentro del propio sector. La duda, si me lo permiten, es qué entidad, en su sana situación, estará en disposición de absorber sin garantías públicas las pérdidas afloradas por terceros con los que entable un potencial proceso de fusión. Si en su momento se decidió por criterios políticos, en mi opinión, no dejar caer a ninguna entidad, no creo que ahora se pueda pedir que sean algunos, los más sanos, los que soporten el coste de aquella decisión.

    Finalmente, el giro hacia la transparencia en materia de gobierno corporativo de las entidades bancarias es igualmente digno de mención, salvo que se quede en los límites a la remuneración. Algo que la lógica nos dice, igual que en las materias anteriores, que no es más que lo que nunca hubiera debido dejar de ser. Y parece que hasta ahora no se ha sabido ver.

    En todo caso, estas propuestas normativas, unido a ese pan caído del cielo que son las líneas de liquidez del Banco Central Europeo del pasado mes de diciembre, a las que previsiblemente se añadirán otras nuevas a finales de febrero, han de servir para reconducir una situación que, siendo conocida y últimamente padecida por todos, parecía por el contrario que nadie quería avenirse a reconocer.

    Sin embargo, la gran duda es si estas medidas, siendo necesarias, serán también suficientes para reconducir definitivamente la situación. La respuesta, probablemente, sea que no. Y será que no por causa de la escasa solvencia y calidad de la demanda de crédito nacional, mientras el crecimiento y el empleo no empiecen a recuperarse. Y ahí sí que habrá que cambiar cosas de verdad y no sólo volver a la normalidad. Quizá avancemos un poco más la semana que viene con ocasión de la reforma laboral.