Opinión
La agonía del mercado de deuda pública
La rebaja del 'rating' a Francia nos recuerda que los bonos estatales de Occidente ya no son activos tan seguros.
El viernes 13 de enero, S&P degradó la nota de la deuda francesa, despojando a una de las mayores economías del mundo de su triple A. Durante el fin de semana posterior, no costaba imaginar el cataclismo que podría venir a continuación. El mercado de la deuda francesa es uno de los más grandes. Con una deuda en circulación de 1,6 billones de dólares, Francia es el cuarto mayor prestatario del mundo. Al perder su máxima calificación, todos los programas para rescatar al euro quedan desmontados, pues todos dependen de apalancar a los miembros solventes del euro para ayudar a la periferia, pero ahora Alemania es el único país importante con la calificación de AAA, y no cabe esperar que rescate a todo el continente.
Y lo que es peor, la reelección de Sarkozy ahora se dificulta. Se comprometió a mantener la triple A como una cuestión de prestigio nacional, pero fracasó. Y puede ser sustituido por Francois Hollande, un socialista de toma prestado y gasta pasado de moda que ha estado haciendo promesas electorales como si no hiciese falta la austeridad.
La degradación parecía un desastre. Pero lo cierto es que hubo pocas reacciones. El euro se tambaleó ligeramente; el CAC-40 cayó unos puntos, pero después se recuperó. El rendimiento de la deuda francesa varió un poco, pero no más de lo que lo haría un día normal. ¿Por qué no fue peor? En realidad, las rebajas de calificación están perdiendo la capacidad de conmocionarnos. Es como la enésima parte de Viernes 13. Una vez visto cómo se desmiembra cruentamente a un par de adolescentes, los siguientes no sorprenden tanto.
Lo que verdaderamente ha marcado la degradación gala ha sido la lenta muerte de los mercados de deuda estatales, y cada capítulo de esta saga resulta algo menos sorprendente. La triple A de Japón se perdió. También la estadounidense. La de Italia se fue hace mucho, y ahora la francesa. Reino Unido no puede tardar. Y Alemania tampoco.
Los mercados van habituándose poco a poco a la idea de que la deuda estatal no es ni remotamente segura. Ninguno de los cinco máximos prestatarios estatales -EEUU, Japón, Italia, Francia y China- sigue contando con la AAA. Todos continúan con grandes déficit presupuestarios y muestran pocos signos de controlarlos seriamente. Si alguna vez se piensa en amortizar estas deudas, no sólo es necesario detener el déficit, sino que en realidad los Gobiernos deben tener superávit durante años. Que eso ocurra pronto es tan probable como que Merkel se compre una casa de vacaciones en Kos.
A partir de aquí, sólo pueden ocurrir dos cosas. O bien los Gobiernos dejan directamente de pagar, o bien inflan sus deudas usando los bancos centrales para mantener los tipos de interés significativamente por debajo de unos precios alcistas durante muchos años. En cualquier caso, todo el mundo va a perder mucho dinero. A medio plazo, no hay grandes diferencias en si es por impago o por inflación.
Ya hay señales de que los inversores se han dado cuenta. La deuda estatal solía considerarse un activo seguro, y mantenía el mismo lugar que una vez ocupó el oro en el sistema financiero. Pero la rebaja del rating galo nos dice que esto ha dejado de ser cierto. Con el tiempo, los inversores irán realizando la consiguiente recomposición de sus carteras.
Esto desembocará en dos grandes cambios. En primer lugar, los Gobiernos tendrán que pagar mucho más para tomar dinero prestado. Ya está ocurriendo: Italia tiene que pagar casi el 7 por ciento para financiarse a 10 años; Francia tiene que abonar más del 3 por ciento; Alemania, Japón y EEUU siguen tomando prestado a unos tipos bajos casi de récord, pero esto no va a durar siempre. Lo que estamos presenciando es el estallido de una burbuja a cámara lenta. Irá pasando de país en país. Puede que la zona euro sea la primera en la línea de fuego, pero no va a ser la última, ni tampoco se va a restringir a Europa. En 2020, los tipos de interés que ronden un 7 por ciento pueden ser comunes para todos los países desarrollados. La era del endeudamiento estatal barato irá llegando lentamente a su fin.
En segundo lugar, el dinero irá fluyendo a nuevos activos seguros. ¿Cuáles? Una mezcla de deuda de mercados emergentes, oro, bonos corporativos y valores fiables. El paso del mundo desarrollado a los mercados emergentes está en marcha. Desde 2002, Italia ha perdido cinco puntos de calificación, y España cuatro. Rusia ha subido tres y Turquía cuatro. No resulta difícil discernir cuál es la mejor apuesta.
De igual forma, el oro se está revalorizando. Los bancos centrales vuelven a amontonar el metal precioso. En 2011 compraron cantidades de récord, con países como Rusia y Tailandia a la cabeza. Cuando los tipos de interés estén cerca de cero y los bancos centrales impriman dinero, el metal precioso siempre se reafirmará como último núcleo de valor.
Finalmente, los bonos de empresa y los valores de confianza sufrirán, pero cuando se restaure el crecimiento volverán a reafirmarse. Crecen al menos igual de rápido que la economía, y abonan dividendos regulares.
Francia nos ha recordado que el mercado de deuda estatal se encuentra en un proceso de declive a largo plazo. La decisión más importante para los inversores será colocarse en el lado correcto de ese negocio, y eso supone abandonar la deuda de los Estados desarrollados.