Opinión

¿Decadencia y caída del euro?



    La supervivencia de la moneda única exige ajustes de los deudores, alguna condonación y financiación transitoria. Los recursos existen. Europa necesita la voluntad política para movilizarlos.

    Los grandes imperios raras veces sucumben a los ataques exteriores, pero con frecuencia se desploman bajo el peso de la disidencia interna. Esa vulnerabilidad parece aplicable también a la zona euro.

    Los principales indicadores macroeconómicos no advierten de problema alguno para la eurozona en conjunto. Al contrario, ésta dispone de una cuenta corriente equilibrada, lo que significa que cuenta con recursos suficientes para resolver sus problemas de financiación pública. A ese respecto, la zona euro sale airosa de la comparación con otras grandes áreas monetarias como, por ejemplo, Estados Unidos o, más cerca de ella, Reino Unido, economías que tienen déficits externos y, por tanto, dependen de que prosigan las entradas de capitales.

    También desde el punto de vista de la política fiscal la eurozona es, en términomedio, relativamente fuerte. Tiene un déficit fiscal muy inferior al de EstadosUnidos (el 4 por ciento del Producto Interior Bruto en el caso de la zona del euro, frente a casi el 10 por ciento el de EEUU).

    La degradación de la divisa es otra señal de debilidad que con frecuencia precede a la decadencia y la desmembración, pero tampoco se da en el caso de la eurozona, donde la tasa de inflación sigue siendo baja e inferior a la de EEUU y a la de Reino Unido. Además, no hay un gran peligro de aumento, pues las exigencias salariales siguen siendo muy moderadas y el Banco Central Europeo afrontará pocas presiones para financiar los déficits, que son escasos y cuya desaparición está prevista para los próximos años. La refinanciación de las deudas estatales no es inflacionaria, pues no crea un nuevo poder adquisitivo. El BCE es un simple intermediario central entre los ahorradores alemanes, que aborrecen el riesgo, y el Gobierno italiano.

    Se ha escrito mucho sobre el lento crecimiento de Europa, pero en realidad su evolución no es tan mala. A lo largo de la última década, el crecimiento por habitante en EEUU y en la zona euro ha sido casi exactamente el mismo.

    En vista de ese relativo vigor de los factores fundamentales de la zona, es demasiado pronto para dar por finiquitado el euro, pero la crisis ha ido empeorando debido a que las autoridades de Europa parecen tener una capacidad ilimitada para dar un sesgo desastroso a la situación.

    El problema es la distribución interna de los ahorros y de las inversiones financieras: aunque la eurozona tiene ahorro suficientes para financiar todos los déficits, algunos países tienen problemas porque los capitales han dejado de cruzar las fronteras. Hay un exceso de ahorro al norte de los Alpes, pero los inversores del norte de Europa no quieren financiar a países del sur como Italia, España y Grecia.

    Ésa es la razón por la que la prima de riesgo de la deuda transalpina y de otros países del sur del Viejo Continente continúa entre 450 y 500 puntos básicos y, al mismo tiempo, el Gobierno de Alemania puede emitir títulos a corto plazo y esencialmente a tipo cero. El recelo de los ahorradores del norte de Europa a invertir en la periferia del euro es la raíz del problema.

    Entonces, ¿cómo acabará la huelga de inversores?

    La posición germana parece ser la de que los mercados financiarán a Italia con tipos aceptables si sus políticas son creíbles y cuando así sea. Si los costes del endeudamiento de Roma siguen obcecadamente altos, la única solución es esforzarse todavía más.

    Se puede caracterizar la posición transalpina así: ?Estamos esforzándonos todo lo que es humanamente posible para eliminar nuestro déficit, pero tenemos un problema con la refinanciación de la deuda?.

    Naturalmente, Berlín podría abordar el problema si estuviera dispuesto a garantizar toda la deuda italiana y española, entre otras. Sin embargo, resulta comprensible que el Gobierno teutón se muestre reacio a correr un riesgo tan enorme, a pesar de que está expuesto, naturalmente, a un gran peligro al no garantizar la deuda de los Estados europeos meridionales. El Banco Central Europeo podría resolver el problema haciendo de comprador en última instancia de toda la deuda no aceptada por los mercados financieros, pero también se muestra comprensiblemente reticente a aceptar el riesgo, y ese punto muerto es el que ha desconcertado a los mercados y ha hecho peligrar la viabilidad de la moneda única.

    La gestión de una deuda pendiente siempre ha sido una de las mayores dificultades para las autoridades. En la antigüedad, los conflictos entre acreedores y deudores con frecuencia degeneraban en violencia, pues el sustituto del alivio de la deuda era la esclavitud. En la Europa actual, el conflicto entre acreedores y deudores adopta una forma más civilizada, que se ve sólo en las resoluciones del Consejo Europeo y en los debates internos del organismo que preside Mario Draghi.

    Pero sigue siendo un conflicto sin resolver. Si a consecuencia de ello fracasa la moneda única, no será porque no fuera posible una solución, sino porque las autoridades no hiciesen lo necesario.

    La supervivencia del euro a largo plazo requiere la combinación correcta de ajuste por parte de los deudores, condonación de la deuda en los casos en que este último no sea suficiente y financiación transitoria para convencer a unos mercados financieros nerviosos de que los deudores tendrán el tiempo necesario para que funcione dicho ajuste. Los recursos existen. Europa necesita la voluntad política para movilizarlos.

    (Daniel Gros es Director del Centro de Estudios de Políticas Europeas)