El euro y el síndrome de la farola
El mundo quería un momento decisivo para Europa y llegó en la cumbre europea de la semana pasada, aunque no el que se esperaba. El aislamiento británico en la reforma del Tratado ha marcado un hito para el futuro del Viejo Continente, pero el acuerdo para rescatar el euro no logró sentar las bases de la estabilidad y el crecimiento en la Eurozona.
Empecemos reconociendo dos elementos positivos de las decisiones del euro. Primero, la considerable munición disponible. La aceleración del Mecanismo de Estabilidad Europea, su acoplamiento temporal con la línea financiera existente (FEEF) y los nuevos recursos para el FMI (que, sin duda, se van a combinar con aportaciones del mundo emergente) suman un importante poder de intervención que los mercados probablemente tendrán en cuenta.
Segundo, se enfatiza un planteamiento más descentralizado de las responsabilidades presupuestarias, con normativas y procedimientos nacionales tipo regla de oro. Si se diseñan bien y se implantan con seriedad, las normas de disciplina fiscal a medida podrían resultar más eficaces que la microgestión desde Bruselas. El nuevo sistema podría cambiar gradualmente el papel de la UE desde el de perro guardián indiscreto e ineficiente al de vigilante de la coherencia de las regulaciones nacionales. Y eso es estupendo.
Pero hay una pega: la premisa de que una imposición estricta de la disciplina del Pacto de Estabilidad sea la solución a los problemas de la Eurozona resulta cuestionable.
Nadie discute la necesidad de corregir la implantación defectuosa del Pacto y prevenir una repetición de lo que ocurrió en 2003, cuando París y Berlín unieron fuerzas para bloquear el proceso, pero esas reformas ya están decididas y entrarán en vigor en enero.
El síndrome de la farola
La importancia concedida al límite del 3% y las sanciones automáticas recuerda al famoso síndrome de la farola, según el cual, cuando perdemos las llaves de casa, tendemos a buscarlas en la zona iluminada de la calle y no en las áreas oscuras, por tres razones:
La primera es que el Pacto de Estabilidad presentaba fallos tanto de diseño como de implantación. En 2007, Irlanda tenía un presupuesto equilibrado y España un excedente considerable. Cuatro años después, a finales de 2011, la deuda irlandesa ha pasado del 25 al 108% del PIB, y la española del 40 al 70%.
La recaudación tributaria, inflada artificialmente por el auge de la demanda doméstica, hizo que la situación pareciera saludable, pero se evaporó en cuanto estalló la burbuja y los Gobiernos han tenido que reflotar a los bancos a un coste estimado, en el caso irlandés, del 40% del PIB. Ningún grado de automatismo podrá evitar daños semejantes en el futuro. Por el contrario, lo que hace falta es un enfoque más económico (que no jurídico) y según convenga.
La segunda razón tiene que ver con la interacción perversa entre las crisis soberana y bancaria. En algunos casos, como el de Irlanda, el hundimiento de los bancos es lo que ha tumbado al país. En otros, como el de Grecia, lo que amenaza a los bancos es el fracaso estatal.
El mismo círculo vicioso se aplica al resto: las deudas soberanas y los bancos se debilitan entre sí porque los balances de estos últimos están llenos de deudas de su propio Gobierno y el Ejecutivo carga en solitario con el rescate de las entidades financieras. En EEUU, los bancos acumulan poca deuda del Gobierno y, cuando lo hacen, es federal. Por eso los bancos de Wall Street buscarían un rescate a escala federal, no en Nueva York.
Para detener la interacción que está debilitando a toda la Eurozona, se debe exigir a los bancos que diversifiquen riesgos u ofrecerles papel que represente la totalidad de la zona euro (los famosos eurobonos). La responsabilidad también tiene que trasladarse al nivel euro para supervisar a los grandes bancos y mutualizar en parte la carga de las inyecciones de efectivo, o dotarse de poderes fiscales en ese sentido.
No se ha hecho nada de eso aparte de asustar a los bancos, pidiéndoles que apunten los bonos del Estado a valor de mercado o, dicho de otro modo, que devalúen todo el papel del sur de Europa. En consecuencia, los bancos se están descargando de bonos a toda prisa, haciéndoles perder todavía más valor.
El tercer motivo es que el euro sufre una crisis tanto de balanza de pagos como presupuestaria, como han recalcado Hans-Werner Sinn y otros. Desde 2007, el capital privado ha dejado paulatinamente de financiar a los países del sur de Europa y el banco central ha tenido que cubrir ese vacío en una situación peligrosa.
Se creía que la diferencia en el saldo de pagos entre los países del euro desaparecería, pero todavía existe porque la movilidad es frágil y los bancos siguen siendo nacionales.
Para cortar el problema de raíz, hace falta una integración económica más profunda, pero ése no es el camino que se ha tomado. Si la medicina funciona, será por el tamaño de la dosis, pero la receta de los líderes no es exacta, por no decir otra cosa.
Jean Pisani-Ferry, Director del think tank europeo Bruegel