Editorial: España se aproxima al cuadro clínico de un rescate imposible
La economía española se acerca peligrosamente al precipicio. Ayer presentaba un cuadro clínico digno de resucitar el temor a un rescate.
No sólo nos cuesta un 54% más financiarnos que en 2010, además ayer la rentabilidad de nuestro bono a 10 años se situó en el 6,28%, el CDS o escudo frente al impago tocó los 420 puntos, el Ibex perdía el soporte de los 9.200 puntos batiendo mínimos anuales y, durante la mañana, la prima de riesgo española sobrepasaba los 400 puntos básicos, marcando máximo histórico, para luego relajarse hasta los 386.
Las tres economías del euro que han recibido flotadores -Grecia, Irlanda y Portugal- se precipitaron en los brazos supuestamente salvadores de la UE precisamente cuando sus primas rebasaron los 400 puntos básicos y el resto de medidores de riesgo se incendiaban. Ante esto, cabe preguntarse por qué España no sigue sus pasos... de momento. O Italia, otro de los países hoy en el punto de mira de los mercados.
Lo cierto es que ni España es Grecia, ni Italia es Irlanda o Portugal, ni el Eurogrupo será nunca ya el mismo que en su día activó aquellos salvamentos, pues su actuación está más en entredicho que nunca en el verano más caluroso del euro. La envergadura de la economía italiana y la española -tercera y cuarta de la UE, respectivamente- es tal que Europa no tiene capacidad para abordar su salvamento. Ni política ni económicamente.
Políticamente no puede, como ha dejado claro tras meses de improductivas negociaciones que han evidenciado que la maquinaria decisoria europea es torpe, lenta, inoperante y temerosa de sacar a la luz sus debilidades. Se ha enfrascado en cumbres y debates que sólo evidenciaban disensiones entre el flanco galo, el germano, el BCE... que hacían patente la falta de liderazgo de una superestructura más preocupada por ocultar los problemas que por ponerles solución, por hablar supuestamente del problema heleno cuando lo que se discutía de fondo era el eurobono, el Ministerio de Economía común o una eventual cesión de soberanía fiscal y presupuestaria.
Económicamente tampoco puede con un rescate a España, cuyo salvamento se calcula en 600.000 millones, cifra que casi doblaría por sí sola a la aplicada a los tres países periféricos intervenidos y muy superior a la capacidad de crédito de 440.000 millones con la que está dotado el fondo temporal europeo, del cual sólo quedarían 230.000 millones disponibles tras las cantidades ya entregadas o adjudicadas. No en vano, el borrador surgido de la cumbre del pasado 21 de julio -en cuyo consenso claudicaron al fin las disparidades de intereses sobre el segundo rescate heleno- ya preveía liberar créditos preventivos para países en apuros aún no intervenidos.
Esas líneas de oxígeno financiero previstas tenían, claramente, el nombre de España e Italia. Y su disposición por parte de Bruselas era, al fin y al cabo, un reconocimiento tácito de que el peso específico de ambas imposibilitaba otro tipo de acción sobre ellas.
A todo hay que añadir que los rescates practicados por la UE y el FMI se han revelado inservibles para devolver la salud a las economías enfermas. Conllevan ajustes de tal calado que dificultan su vuelta al crecimiento mientras atienden sus compromisos financieros. Un rodeo demasiado caro para sus pobres resultados. No extraña, por tanto, que la Comisión niegue tener sobre la mesa el rescate a España. Así pues, nuestra economía sólo puede salvarse sola. Y para ello hace falta un Gobierno que al fin haga los deberes pospuestos por el de Zapatero y que acometa las reformas y ajustes serios y profundos que sistemáticamente recomiendan a España los organismos internacionales.