Manuel Sarachaga: La 'extraña' conducta del ahorro familiar
Tras el acusado crecimiento del ahorro de las familias en 2009 -desde el 13,5 hasta más del 18 por ciento de su renta disponible-, el año 2010 supuso un vertiginoso descenso de esta tasa de cinco puntos porcentuales, al tiempo que el consumo se recuperaba y crecía un 4 por ciento. Curiosamente, este brusco cambio de tendencia se produjo en un contexto de caída de la renta disponible de los hogares, sequía crediticia y fuerte crisis económica. ¿Cómo explicar, entonces, este aparentemente extraño cambio en el comportamiento del ahorro y del consumo familiar?
El relato oficial y más extendido entre los analistas sentenció en su momento que la incertidumbre que la crisis económica y el creciente desempleo generaban en las familias eran la causa del fuerte repunte del ahorro en 2009, como respuesta ante un incierto futuro, olvidando por completo los aspectos financieros. Sin embargo, esta teoría resulta poco consistente en vista del retroceso del ahorro y de la recuperación del consumo en 2010, año en el cual la crisis no sólo no ha remitido, sino que se ha acentuado en términos de desempleo y caída de la renta familiar, lo que no parece haber servido precisamente para recuperar la confianza. Debe existir, por tanto, alguna otra razón, diferente de los factores psicológicos, que haya impulsado a las familias a modificar sus decisiones de gasto de esta forma tan llamativa en tan poco tiempo.
Para poder comprender lo ocurrido, debemos en primer lugar entender que ahorro, en términos de contabilidad nacional, es aquella parte de la renta disponible que no es destinada al consumo, sino a otras finalidades, como son la inversión no financiera (en el caso de las familias, básicamente inmuebles), la inversión en activos financieros (acciones, depósitos bancarios, etc.) o la amortización de pasivos financieros (devolución de préstamos). Así pues, ahorrar, contablemente, no implica necesariamente incrementar el saldo monetario al final de un determinado periodo -como comúnmente suele entenderse-, sino simplemente consumir menos que la renta obtenida a lo largo del mismo.
La reciente publicación por parte del INE de las cuentas financieras no trimestrales de los sectores institucionales y del Banco de España de las cuentas financieras permite comprobar que el incremento del consumo familiar en 2010 fue posible gracias a los cambios registrados en dos elementos fundamentales: la inversión y el flujo de recursos provenientes de sus deudas.
Por una parte, como ya venía sucediendo en años anteriores, las familias redujeron su inversión en vivienda (en un importe de más de 10.000 millones), aspecto de sobra conocido, parte esencial de esta crisis y directamente relacionado con la falta de crédito, lo que les permitió disponer de más renta disponible para el consumo. Y por otra, contaron con más recursos líquidos procedentes de sus pasivos (29.000 millones más que en 2009), que también contribuyeron a financiar el consumo. Así, las familias pudieron compensar la caída de 13.000 millones en su renta disponible y, a la vez, aumentar su consumo en más de 25.000 millones.
Merece la pena detenerse en el análisis de los recursos adicionales que en 2010 las familias obtuvieron de sus pasivos o deudas. Del monto total -29.000 millones-, una parte se debió a que los hogares ralentizaron el ritmo de devolución de sus préstamos bancarios, lo que les reportó más de 4.300 millones adicionales, a pesar de que el grifo del crédito se mantuvo prácticamente cerrado para ellos. Esta menor amortización de sus pasivos financieros provocó una nueva subida en su nivel de endeudamiento, algo que, por otra parte, no favorece la superación de esta crisis de deuda.
Pero lo realmente sorprendente es que la mayor parte de los recursos financieros adicionales (unos 25.000 millones) disponibles para el consumo provino básicamente de créditos comerciales. No fueron, por tanto, los bancos, sino, de forma insólita, los propios comerciantes quienes, ante la prolongada restricción financiera y actuando en el papel de banqueros, fiaron en mayor medida a sus endeudados clientes como vía para reanimar las ventas y reactivar sus negocios.
Así pues, y al margen del comodín de la falta de confianza y demás animal spirits, lo cierto es que son factores tangibles -como el mayor flujo de crédito de los comerciantes, la caída de la inversión en vivienda y la menor amortización de préstamos bancarios- los que se encuentran tras el misterioso aumento del consumo y caída del ahorro en 2010.
Esto indica, primero, que la reciente recuperación del consumo familiar es difícilmente sostenible -pues se ha basado en un nuevo aumento de la deuda de los hogares, no de su renta disponible-, lo que, unido a las alarmantes cifras de paro y a las alzas de precios, pone en seria duda las optimistas previsiones oficiales de consumo privado para 2011. Y segundo, que se ha detenido temporalmente la reducción del endeudamiento familiar, aplazando un inevitable proceso que resulta imprescindible para que la economía española retome de forma sólida el crecimiento económico.
Manuel Sarachaga es economista.