Opinión

Julio Anguita: Notas para un debate económico (VI)



    El tema fiscal es campo abonado para que el pensamiento conservador coseche adeptos. La ofensiva se dirige no sólo contra la cuantía de los impuestos, sino también, y principalmente, contra todos los elementos de  progresividad del sistema tributario, aunque las auténticas razones se camuflan tras otro tipo de argumentos.

    Nadie quiere manifestarse abiertamente contra la llamada economía del bienestar o la función redistributiva del Estado. Por eso, se esgrime el pretendido carácter desincentivador que la progresividad impositiva tiene sobre el trabajo, el ahorro y la inversión.

    Se aconseja que si se desea practicar una política redistributiva, debe realizarse a través de los gastos públicos y no mediante los ingresos. Una vez asentada esta base se pone inmediatamente en cuestión mediante la argumentación de que los déficits no permiten financiar el gasto público.

    Los defensores del liberalismo económico repudian, en general, toda imposición y propugnan una presión fiscal lo más baja posible. Pero como son conscientes de que es necesario mantener algunas cargas fiscales para que el Estado pueda asumir ciertas funciones acordes con sus intereses, ponen el acento de la imposición sobre los impuestos indirectos y no sobre los directos.

    Esta opción netamente ideológica se oculta tras forzados argumentos técnicos, tales como que los impuestos directos desincentivan la actividad económica o que los impuestos indirectos son más fáciles de controlar y, por tanto, el fraude es menor.

    No existe motivo alguno que induzca a creer que es más sencillo el control de los impuestos indirectos que el de los directos. Es más, en algunos casos suelen coincidir las bolsas de fraude fiscal. La ocultación de ventas o la compra de facturas falsas, cuando se realizan, tienen repercusiones en todos los tributos porque ambas parten de la misma contabilidad.

    Julio Anguita. Ex Coordinador General de IU.