Una pócima mágica para las cajas
La economía ha seguido exactamente el rumbo contrario al indicado por Zapatero. El presidente es como un cáncer de la economía española. Ahora que parece decidido a retirarse y a aplicar reformas en las que no cree, los mercados comienzan a celebrarlo.
Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos años había un mago que "conocía la esencia de todas las cosas, su transformación y su renovación, conocía el secreto del Sol y de la Luna, las leyes que rigen el curso de las estrellas en el firmamento; las imágenes mágicas de las nubes y el aire; los misterios del mar. Comprendía el grito áspero de la corneja, el volar cantarín de los cisnes, la resurrección del Ave Fénix. Podía interpretar el vuelo de los cuervos, el rumbo de los peces y las ideas ciegas de los hombres, y predecía todas las cosas que sucedían después".
Como ya habrán imaginado, este mago no se llama Zapatero, cuyas predicciones sobre la economía han seguido exactamente el rumbo contrario a lo que él decía o imaginaba. Hasta el punto de que ahora que parece decidido a retirarse y a aplicar reformas en las que no cree, los mercados comienzan a celebrarlo. Su marcha es un secreto a voces en todos los cenáculos del poder durante las últimas semanas. El presidente es como un cáncer de la economía española.
En la presentación del informe económico realizado por Zapatero en el Palacio de la Moncloa, los asistentes se extrañaron de que Rubalcaba estuviera en la primera fila, mientras que Salgado, la presunta guía de los asuntos económicos oficiales, se sentó en una esquina. Unos días antes, los dos hicieron acto de presencia en la reunión con los sindicatos para lograr el acuerdo sobre pensiones, alcanzado esta semana. Un compromiso que, aunque no arregla el problema, representa un paso adelante para su solución.
Rubalcaba, el heredero, es el gran muñidor en la sombra del pacto social. Se lo inventó para desatascar el diálogo con los sindicatos, sabedor de que Cándido Méndez y Fernández Toxo aceptarían una salida honrosa, ya que no podían permitirse la convocatoria de otra huelga general porque sería un sonoro fracaso, como fue la del 29-J.
Pero el asunto de mayor relevancia, probablemente, sea la reforma de las cajas de ahorros. Las diferencias insoslayables entre el presidente de la Confederación Española de Cajas de Ahorros (Ceca), Isidro Fainé, y el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que quería que estas entidades se convirtieran masivamente en fundaciones, aceleró el desenlace. El propio Rubalcaba dijo en la comparecencia posterior al Consejo de Ministros del viernes, 22 de enero, que la reforma se haría con el consenso de Fainé. Un dato sorprendente, ya que hasta ese momento se atribuía a Ordóñez y Salgado la autoría de los cambios. Era evidente que Rubalcaba estaba al tanto. A raíz del bochinche que se montó por las diferencias de criterio entre Ordóñez y Fainé, la vicepresidenta segunda reveló la normativa aplicable a las cajas el lunes pasado, sin contar con la opinión de Ordóñez.
Ello explica que el Real Decreto que recogerá la futura regulación esté aún por redactar, con la consiguiente incertidumbre e inseguridad jurídica para el sector. Curiosamente, esta vez las cajas que quedan tocadas o en apuros están en la órbita del PP o son catalanas. El portavoz económico del PP, Cristóbal Montoro, que rehusó negociar la Ley de Cajas, no puede presumir de haber hecho los deberes.
El enfado entre los responsables de las entidades afectadas es de aúpa. Se quejan de que cambian las reglas de juego a mitad del partido. Hace sólo unos meses, el Banco de España les prestó dinero con criterios muy diferentes.
Salgado, sabedora de que cuenta con la confianza absoluta de Rubalcaba, se envalentonó en la presentación de la normativa, y evaluó en menos de 20.000 millones las necesidades para reflotar el sector. En el Banco de España se llevan las manos a la cabeza. La cifra que manejan está en torno a 75.000 millones. Los 20.000 procedían de un pre-test de estrés. Salgado lo lió todo, como es habitual.
Fainé dio a conocer el jueves sus planes. Ni rastro de la fundación que defendía Ordóñez. La Caixa seguirá siendo una caja, con un banco instrumental para desarrollar el negocio. Las participaciones industriales, con excepción de Repsol y Telefónica, se segregan en otra sociedad. Ordóñez advertía esa mañana sobre la creación de un banco malo para aparcar activos inmobiliarios. Fainé y Juan María Nin, su director general, han logrado algo casi mágico. Crean el décimo banco del área euro, con baja morosidad, elevada solvencia y sin inmuebles. Pero no todos son La Caixa.
El químico Rubalcaba presume, como Merlín, el mago de nuestra historia, de ser omnipresente. Pero la pócima preparada para el sector financiero debe aún probar su eficacia para resolver los graves problemas, en vez de agravarlos. La normativa reducirá más el crédito y la liquidez de estas entidades.