Javier Fernández Aguado: Recursos humanos: reflexiones en torno a la reforma laboral
¿A qué compromiso podrá aspirar una organización cuando en los periodos de tempestad se deshace de su gente con expresiones del tipo estoy limpiando mi empresa?
Con esta pregunta se lamentaba recientemente un conocido, perteneciente al grupo de cientos de miles de profesionales que han pasado a engrosar las filas del paro. Razón no le falta. En paralelo, resulta imprescindible sobrevolar la realidad para entender los intereses de los diversos implicados.
De un lado, muchos directivos en lo único en que piensan en el corto plazo es en que sus proyectos no acaben en el camposanto arrastrados por el vendaval de la crisis. De otro, el Gobierno pretende seguir en el poder, a costa de lo que haga falta, ya que unos cuantos de sus miembros -salvo que se les concedan injustas prebendas posteriores- difícilmente lograrán retribuciones, beneficios sociales y visibilidad como los que ahora disfrutan. Técnicamente insolventes, tienen miedo al futuro.
¿Qué decir de ciertos sindicalistas? De la noble tarea de defender a los trabajadores, algunos -¡no la mayoría, gracias a Dios!- han decaído en promotores del egoísta bienestar de liberados que han hecho profesión de la pancarta y las horas de indignada charla en una cafetería. ¡Ojalá también ellos se reestructurasen para recuperar la dignísima función que justifica su existencia! Con la credibilidad mermada, por haber aceptado ser paniaguados de los sucesivos gobiernos, el reto que les espera es arduo. Entre otras cosas, porque la huelga general convocada resulta para muchos una manifestación más de la nimia labor realizada.
Es preciso reestructurar los recursos humanos, pero no sólo en las empresas, también en el ámbito sindical, en el político, en el público y en el directivo?
Salvo excepciones, la mayor parte de las personas aspira a desarrollar un trabajo razonablemente remunerado para sacar adelante su proyecto personal y/o familiar. Las coordenadas que permiten lograr esa meta exigen esfuerzos y renuncias de unos y otros. Tan desafortunado es el despido libre como la pretensión de que ser contratado suponga el pistoletazo de salida de una vida en la que otro -el contratador- ha de resolver las necesidades de mi existencia. Y esto, obligado por una legislación heredada de un paternalismo franquista incrementado por una transición no suficientemente reflexiva sobre esta cuestión.
La reforma laboral recién puesta en marcha es un paso en la dirección adecuada, porque una economía, en el mundo actual, debe carecer de rigideces como las hasta ahora existentes. Lástima que haya sido un puedo y no quiero. La orientación es la correcta, pero los pasos dados, claramente insuficientes.
La necesaria reestructuración de los recursos humanos debería comenzar -y este tema aún está en el cajón de los pendientes- por un cambio en el sistema educativo que llevase a que la inmensa mayoría de la gente aspirase al esfuerzo emprendedor, o intraemprendedor, no a la espera de que alguien les resuelva los problemas. En Estados Unidos lo han logrado. ¿Por qué no en España?
Javier Fernández Aguado, socio director de MindValue.