Amador G. Aroya: Almas en tránsito al averno
La mitología griega representa a Caronte, un viejo harapiento, sucio y con barba gris e hirsuta, como el encargado de transportar las almas al Olimpo. Los que buscaban salvarse depositaban un óbolo en su boca para abonar el traslado a la otra orilla.
El mito de Caronte se asemeja mucho al estado de la economía. Existe un fuerte debate entre quienes consideran que estamos en el albor de una recuperación internacional, es decir, a las puertas del cielo, y quienes creen que se trata de una mejoría pasajera que nos conducirá de vuelta a las tinieblas.
La discusión tiene su reflejo en las bolsas. Han superado el bache de abril y mayo, pero es difícil saber si despegarán definitivamente. David Gavin, un sesudo economista que vierte sus pensamientos en Financial Times, considera que el frenazo americano es tenue y coyuntural y, por eso, los mercados tienen ganas de subir. Además, cree que la disposición de la Reserva Federal a mantener relajada su política monetaria, así como la pujanza de los emergentes, serán suficientes argumentos para contrarrestar la flaqueza americana.
Nouriel Roubini, el economista que predijo la actual depresión, y articulista de este periódico, entre otros rotativos de prestigio, piensa que los primeros síntomas de resfriado en Estados Unidos desembocarán en algo más serio a medio plazo y que, por tanto, los mercados viven una luna de miel, pero terminarán por reflejar la realidad.
Entre el edén que nos anuncia David y el averno al que nos condena Roubini hay un abismo. Sin embargo, cuando se lee la letra pequeña, éste no es para tanto. Los dos coinciden en que el crecimiento americano y europeo será tan insignificante en los próximos trimestres o años que no regenerará el empleo perdido o reactivará el consumo. Los dos creen, además, que la única manera de sortear este bache es mediante ajustes.
Caronte fue encarcelado y sufrió duras penalidades porque un viviente le propinó una paliza, se apoderó de su percha y logró acceder a la gloria. Algo así habría que hacer ahora para acceder al paraíso.
El diagnóstico internacional sirve para la economía europea y española. Nuestro país empieza a ofrecer signos alentadores en las exportaciones o la producción industrial. Pero aún es pronto para lanzar las campanas al vuelo. La reforma laboral es decepcionante, como reco- noció esta semana el líder de Unió, Josep Antoni Duran i Lleida. Y Zapatero estará tentado de detener las reformas después del batacazo que se ha dado en el CIS. Las elecciones catalanas de otoño lo distorsionan todo. Montilla, ya en campaña, carga las tintas en la defensa del Estatut, pese a que la sentencia es muy favorable en términos políticos para Cataluña.
El episodio de esta semana es dantesco. Un día después de que el conseller de Economía, Antoni Castells, abandonara a Montilla, probablemente para integrarse en las filas de Artur Mas, la Agencia Tributaria suelta la bomba del 4 por ciento pagado en comisiones por el Palau de la Música al anterior Ejecutivo de Jordi Pujol. Montilla ya utilizó este asunto en el peor momento. En vísperas de la sentencia del Estatut y cuando Zapatero precisaba apoyo de CiU para pasar sus reformas en el Congreso. CiU amagó con votar en contra, pero finalmente se abstuvo y salvó de la hecatombe al presidente.
La fenomenal riña política catalana ha destapado las mañas más vergonzantes de los gobernantes nacionalistas, denunciadas en su día por Pascual Maragall. Peor es lo de Ferrovial. Hasta ahora habían salido nombres de constructores catalanes implicados en los presuntos sobornos, pero que una de las grandes del Ibex 35 se preste a estas prácticas infringe todos los códigos de buen gobierno.
Por cosas parecidas cayeron gigantes como Enron en EEUU. El presidente de Ferrovial, Rafael del Pino, es el máximo responsable porque es el dueño. El escándalo del Palau explica por qué se marchó el anterior consejero delegado, Joaquín Ayuso, sin dar explicaciones tras décadas en la empresa. Si las cosas se complicaran, Del Pino ya tiene a quien cargar el muerto. Caronte no lo pasaría a la otra orilla.
Amador G. Aroya. Director de elEconomista