Opinión

María Jesús Fernández: Olvidémonos del consumo



    En estos tiempos de crisis, se observa una especie de esquizofrenia en lo que se refiere a la concepción de cómo debe ser nuestro modelo económico del futuro.

    Por un lado, renegamos del modelo de crecimiento anterior, asentado sobre la inversión inmobiliaria y el consumo, y alimentado por un descomunal aumento del endeudamiento privado. El disparatado déficit por cuenta corriente acumulado por nuestra economía era la expresión de que estábamos viviendo muy por encima de nuestras posibilidades, y de que una parte no despreciable del nivel de actividad económica -y por tanto, del empleo, de los salarios, de los beneficios empresariales y de los ingresos del Estado- era insostenible, ya que se apoyaba sobre una montaña de deuda que aumentaba como una bola de nieve.

    "El milagro económico español", que no era más que esto, se acabó cuando el crédito dejó de correr a raudales. Ahora hablamos sin parar de la necesidad de un modelo económico diferente, más equilibrado, más sano, en definitiva, más sostenible; en el que se ahorre más y se gaste menos y en el que las exportaciones sustituyan en gran medida al consumo como fuente de crecimiento. Es decir, que nos parezcamos un poco más a Alemania. Y así reclamamos, por ejemplo, medidas fiscales incentivadoras del ahorro.

    Pero, por otro lado, el peso de hábitos mentales adquiridos a lo largo de tantos años de consumo-adicción nos traiciona, y seguimos poniendo todas nuestras esperanzas en la reactivación del gasto para que la economía salga del pantano en el que se encuentra.

    No somos capaces de concebir una economía que pueda crecer sin un consumo tan voraz como el de los pasados tiempos de bonanza. Así, algunos se oponen a la subida del IVA bajo el argumento de que impedirá la necesaria recuperación del consumo, o reclaman a las entidades financieras que vuelvan a prestar dinero a las familias, o se argumenta en contra de la congelación de los salarios -o de su recorte, en el caso de los funcionarios- que esto frenará la recuperación al impedir precisamente que el consumo pueda despegar. Todo esto refleja que aún no hemos asumido qué significa cambiar nuestro modelo de crecimiento.

    La clave no está en el consumo

    El papel de motor que muchos esperan del consumo no sólo es incompatible con el deseo de transformar nuestro modelo de crecimiento, sino que también es, por ahora, imposible y, además, inconveniente. Mientras los hogares no hayan reducido su endeudamiento, el crecimiento económico será muy débil, porque el consumo no tendrá la potencia necesaria para impulsar la economía si las familias tienen que dedicar una parte de sus ingresos a pagar sus deudas. Luego por esta vía no podemos concebir grandes esperanzas con respecto a la recuperación.

    Además, si el consumo siguiera creciendo, impidiendo, por tanto, que se reduzca el endeudamiento, se podría generar un efecto crowding-out de la inversión empresarial por parte del consumo. Cuanta menos financiación absorba el consumo y más ahorro generemos, más recursos y más baratos habrá a disposición de las empresas para que éstas mejoren su competitividad e inicien la transformación de nuestra economía. Esto es especialmente importante en el contexto internacional que se vislumbra a partir de ahora, en el que el acceso a financiación procedente del exterior va a ser escaso y caro.

    Así que lo que ahora tienen que hacer los hogares españoles es ahorrar y devolver toda la deuda acumulada cuanto antes, para liberar recursos con los que financiar la inversión productiva de las empresas, necesaria para ganar competitividad y aumentar el peso de nuestras exportaciones. Sólo de este modo podremos generar a medio plazo un crecimiento sano y sostenible.

    Más ahorro y más exportaciones

    Para quienes no conciban un modelo económico sin consumo y con un mayor protagonismo del ahorro, de la inversión productiva y de las exportaciones, cabe señalar que un modelo así significa evidentemente una estructura sectorial diferente a la actual.

    Tendrían menos peso en la economía las actividades ligadas directamente al consumo nacional, ya sean industriales o de servicios, y más peso otras actividades, como por ejemplo las relacionadas con servicios avanzados a empresas, además de, por supuesto, la industria exportadora. Es decir, habría menos bares y menos tiendas de ropa, y habría más consultorías y más estudios de ingeniería. No tengamos miedo: hay vida más allá del consumo.

    Por supuesto sería ingenuo pretender que nuestra economía se convierta en una nueva Alemania, del mismo modo que tampoco tiene sentido que todos los países del mundo persigan el objetivo de lucir superávit en sus balanzas de pagos. Pero lo que sí es un objetivo alcanzable es reducir el peso del consumo y aumentar el de las exportaciones, de modo que el desequilibrio exterior tenga un alcance razonable y sostenible. Y eso sólo se puede hacer con más ahorro y menos deuda de los hogares.

    María Jesús Fernández, fundación de las Cajas de Ahorros.