Opinión
Íñigo Méndez de Vigo: Los botes salvavidas de Europa
Para Oscar Wilde, "la mejor manera de evitar la tentación es caer en ella". Seguiré al pie de la letra el consejo del escritor irlandés para hacer, en cambio, algo desaconsejado por tirios y troyanos, como es citarse a uno mismo. En un librito que escribimos en 1998 José Manuel García-Margallo y yo, titulado La apuesta europea: de la moneda a la Unión política, analizando la posibilidad de crisis asimétricas en la recién creada Unión Económica y Monetaria, decíamos: "Si bien las estructuras sociales y económicas de los Estados que compondrán la zona euro son bastantes homogéneas, no puede predicarse lo mismo de alguno de los países que se han quedado fuera como Grecia (...) Por ello -concluíamos- es importante tener los botes salvavidas en perfecto estado de revista." El final de la historia es bien conocido: Grecia entró en el euro el 1 de enero de 2001 y el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, acaba de afirmar el pasado 27 de mayo ante el Comité Económico y Social de la UE que "en la crisis griega tuvimos que construir los botes salvavidas en plena travesía".
El presidente del Consejo Europeo ha extraído las consecuencias de esta situación; no es posible, dice, seguir improvisando, de ahí la necesidad de una adecuada prevención. Para llevarla a cabo, se acaba de crear un grupo de trabajo presidido por el propio Van Rompuy y compuesto por el comisario Rehn, el presidente del Banco Central Europeo, Trichet, el presidente del Eurogrupo, Juncker, y los veintisiete ministros de Economía y Finanzas. Este grupo se reunió por primera vez el pasado 21 de mayo, y entre las medidas que estudia me llama la atención el posible examen de los presupuestos nacionales por parte de las instituciones europeas. Esta prueba tendría por objeto comprobar si el principal instrumento de la política económica de los gobiernos nacionales se adecua o no a las condiciones exigidas por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Hagamos memoria. Si el presupuesto español para 2009 se hubiera sometido a examen, la Unión Europea habría comprobado que el Gobierno de Zapatero gastó el doble de lo que ingresó. Y si hubiera analizado el presupuesto en vigor para el año 2010, lo habría juzgado con desconfianza por basarse en unas cifras de crecimiento de la economía española totalmente alejadas de la realidad. En otras palabras, Europa le habría dicho a Zapatero lo que en su día ya le dijeron Mariano Rajoy y muchos otros: con este presupuesto, España pierde el tren de la prosperidad y del bienestar, así como el de su credibilidad internacional.
Este posible examen previo de los presupuestos nacionales ha suscitado reacciones contrarias en algunos países, singularmente en Francia, por atentar -dicen- contra la soberanía nacional. Confieso que la mención de la soberanía nacional me produce el mismo efecto que un discurso sobre el paleolítico inferior. Cuando se debatía nuestra incorporación al euro, algunos en España se rasgaban las vestiduras por la pérdida de nuestra soberanía en el ámbito monetario. Me encontraba entonces pagando la hipoteca de mi vivienda y esperaba expectante, todos los jueves, la fijación de los tipos de interés que establecía el Banco de España. ¿Por qué el jueves?, se pregun- tarán ustedes. Porque el Banco de España establecía los tipos de interés inmediatamente después de haberlos fijado el Bundesbank alemán. El Banco de España detentaría la soberanía formal, pero la real se encontraba allende nuestras fronteras. Yo prefería y prefiero mil veces compartir la soberanía monetaria en el Banco Central Europeo y no tener que esperar a lo que digan otros.
Las exigencias que Europa ha impuesto al Gobierno Zapatero y que suponen una enmienda a la totalidad de su política económica han suscitado reacciones positivas. Una empresaria con más de cuatrocientos trabajadores en nómina me expresaba hace unos días su satisfacción porque, gracias a Europa, habrá una reforma laboral en España. Otro reputado empresario se alegraba de que, gracias nuevamente a Europa, se frenará la sangría del gasto público impulsada en algunas autonomías.
Ha llegado, por tanto, el momento de las reformas en Europa. El mismo José Manuel García-Margallo, que profetizaba hace 12 años lo que ha acaecido recientemente, lidera en el Parlamento Europeo la creación de una autoridad europea en el sector bancario. Esperemos que el grupo de trabajo del Consejo Europeo actúe igualmente con rapidez y decisión.
En cierta ocasión, le preguntaron al poeta Heinrich Heine dónde le gustaría morir. Su interlocutor suponía que contestaría que en Alemania, su país natal, o en Francia, su patria de adopción, o en Italia, su amor estético. Mas Heine respondió: en Inglaterra. Y ante la sorpresa de su interlocutor, remató: "Porque allí todo sucede con cien años de retraso". Espero que nadie pueda decir nunca tal cosa de la Unión Europea.
Íñigo Méndez de Vigo, diputado europeo. Presidente del Colegio de Europa.