Opinión

Giuliano Amato: Respuesta al americano Haas: la comisión marca el camino correcto



    En esos días que han conmovido Europa ha pasado de todo. Por un momento, parecía que los mercados financieros habían ganado la partida a las defensas inseguras sobre las que las sedes europeas seguían discutiendo sin activarlas, pero esas defensas se pusieron en marcha y, por un momento, los mercados soltaron la presa. Parecía que las defensas europeas estaban totalmente en manos de la concertación de los Gobiernos, dada la persistente debilidad de la Comisión, sin embargo, en un momento determinado, se produjo el rugido de la propia Comisión, que reivindicó la necesidad no sólo de nuevos mecanismos de crisis management, sino también de una verificación y coordinación preventivas, "porque la prevención es más eficaz que la curación".

    Esa misma semana también llegaron los documentos finales de los expertos a los que se les había confiado la tarea de escribir la partitura de la Europa del mañana. Mario Monti presentó el suyo centrado en la ulterior integración del mercado y el grupo de sabios, dirigido por Felipe González, en el conjunto de las demás políticas.

    Sobre la Europa del mañana, a la luz de la tan extenuada en la actualidad, expresan serias dudas analistas autorizados. Y Richard Haas, presidente del Council on Foreign Relations, llega a escribir que "antes de comenzar, el tiempo de Europa como potencia de rango mundial parece haber terminado".

    Lo suficiente para quedar desconcertados. Pero, entonces, ¿cómo está saliendo Europa de la traumática coyuntura de estos días? ¿Es más fuerte o más débil? ¿Está viviendo una larga agonía o se está preparando para un futuro más sólido?

    En términos de crisis management, si bien es cierto que los más de 400.000 millones de euros puestos a disposición son sólo promesas de garantías futuras y no desembolsos actuales, se trata, sin embargo, de una valiente decisión de los Gobiernos, acompañada de una medida más eficaz: la adquisición de títulos (en el mercado secundario, para no violar las obligaciones previstas en el Tratado) por parte del Banco Central Europeo.

    Hay, no obstante, algo más. Porque lo que ahora propone la Comisión sobre la defensa preventiva -defensa que mira no a la crisis actual, sino al futuro- va exactamente en la dirección indicada en otras muchas ocasiones. Los Programas de estabilidad y convergencia, sometidos a peer review y a la aprobación común durante la primera mitad de cada año, podrían permitir políticas económicas y presupuestarias efectivamente coordinadas en torno a las mismas prioridades y, por eso mismo, capaces de corregir los desequilibrios y las divergencias existentes.

    Nunca se hizo, nunca se quiso, tomar nota de la debilidad o, incluso, de la quiebra sustancial de las actuales formas de coordinación. Ésta es, pues, la enseñanza a extraer de la crisis actual.

    Por eso, incluso los documentos de Monti y del grupo de González diseñan políticas y acciones que hay que compartir, aunque, sobre todo el grupo de González, ofrece reflexiones y propuestas ya ampliamente conocidas. Desde la necesidad que tiene Europa de aprovecharse de su imponente mercado, hasta la reformulación de sus sistemas de protección social, pasando por la reacción al cambio climático y al nuevo mercado de trabajo, que hay que buscar en la economía verde y en las energías renovables.

    Por su parte, Monti diseña con bastante agudeza la relación que hay que establecer entre la calidad de las regulaciones y el consenso que necesita el mercado, al tiempo que aborda, con coherencia pero también con eficaz realismo, el asunto de la coordinación ( si no de la armonización) fiscal.

    Óptimas partituras, pues, ¿pero es capaz de tocarlas la orquesta? Ésta es la pregunta que surge, inquietante pero ineludible, desde los hechos y las reflexiones de estos últimos días.

    Mientras tanto, para ceñirnos a la temática de la economía y de las finanzas, hay un dato que ha acompañado desde el comienzo la semana del rescate de los Gobiernos europeos y de las intervenciones del Banco Central de Trichet.

    No se trata tanto del hecho, aun siendo preocupante, de que las Bolsas, tras la oleada alcista al principio estén inmersas en un periodo de incertidumbre tanto aquí como en Tokio o en Wall Street. Se trata del euro, que nunca dejó de ser débil y es cada vez más débil.

    Una debilidad de la que se benefician los exportadores alemanes e, incluso, los italianos; pero intentemos no perder por eso de vista su significado principal. Porque la debilidad del euro quiere decir que los mercados no creen que las deudas públicas de los países más frágiles de la eurozona puedan ser reembolsadas de verdad. Y ya ahora descuentan los efectos futuros de posibles consolidaciones, ya se trate de recortes en los porcentajes de los reembolsos o de meros aplazamientos.

    Hay, al menos, dos razones detrás de este escepticismo. Una es la expectativa de que las maniobras correctoras de gastos tan profundas como las practicadas en Grecia y que se están extendiendo a Portugal y a España no consigan mantenerse durante mucho tiempo y, por lo tanto, no sean suficientes. La otra es el riesgo de que, si estas maniobras se mantienen, terminen ahogando cualquier perspectiva de desarrollo futuro y, por esta vía, debiliten lo mismo al conjunto de las economías europeas y a su moneda común.

    ¿Tenemos respuestas tranquilizadoras respecto a estas dos preguntas? ¿Vemos en el horizonte una Alemania dispuesta a hacer suyas las propuestas de la Comisión y que, en nombre de Europa, esté dispuesta a corregir en las sedes comunes los desequilibrios de la eurozona, partiendo de su enorme superávit, que ayuda a compensar el déficit de buena parte de los países mediterráneos? ¿No se estará buscando el euro de la pequeña zona de los virtuosos, en vez del euro como moneda europea?

    ¿Qué respuestas podemos dar a Haas, cuyo análisis de la crisis añade la política a la económica? ¿Se equivoca cuando escribe que si fuese algo más que una jaculatoria lo que recitamos sobre nuestro papel en el mundo, ya habríamos intercambiado el asiento inglés y francés por el europeo en el Consejo de Seguridad de la ONU? ¿Se equivoca cuando añade que si nos tomásemos realmente en serio nuestra presencia en Afganistán, no dejaríamos el mayor peso sobre las espaldas de los americanos y de los británicos?

    La verdad es que, dado que las cosas se presentan realmente así, son los demás los que ya no nos toman en serio.

    Hasta hace cierto tiempo, éramos los europeos los que nos declarábamos permanentemente insatisfechos sobre el estado de la Unión y eran los demás los que nos decían que nos equivocábamos y que no sabíamos ver los éxitos conseguidos en estas décadas.

    Ahora, somos nosotros los que describimos los buenos resultados que en un futuro podremos lograr aprovechándonos de los éxitos alcanzados y son los demás los que nos dicen que ya no creen en nosotros. Es un cambio radical. Esperemos que la que se nos viene encima nos dé la fuerza suficiente para liberarnos de las cadenas con las que nos hemos encadenado a nosotros mismos.

    Giuliano Amato, jurista y político. Ex primer ministro de Italia.