Opinión

Lorenzo Bernaldo de Quirós: Reflexiones al borde del precipicio



    El debate del pasado miércoles sobre el plan de ajuste presupuestario planteado por el Gobierno se saldó de facto con una moción de censura de la totalidad de los grupos parlamentarios a la gestión económica del socialismo reinante. Sólo la abstención de CiU, justificada por su deseo de no ejecutar al Gabinete hasta la celebración de las autonómicas catalanas, permitió al PSOE obtener una victoria pírrica que, como cualquier conocedor de la historia sabe, es una derrota completa.

    Nadie espera nada del ejecutivo liderado por el señor Rodríguez Zapatero y la combinación de debilidad política con una posición presupuestaria muy deteriorada y una recesión de caballo resulta explosiva, y conduce al país a un escenario estremecedor: el riesgo real de una crisis fiscal o, para decirlo en términos coloquiales, de una suspensión de pagos del Reino de España. Esta hipótesis puede materializarse en los próximos meses. Los inversores convencidos de que la Vieja Piel de Toro no será capaz de estabilizar las finanzas públicas y que la economía nacional está condenada a la postración dejarán de prestar.

    La pérdida de credibilidad del Gabinete y su inestable posición parlamentaria en un contexto tan complicado como el generado por la crisis griega obliga a subir la apuesta de recorte del gasto y de reformas estructurales cada vez más. Lo que hubiera sido aceptable hace unos meses, un programa de austeridad fiscal moderado y una reforma laboral modesta, ya no basta para calmar a unos mercados hartos de las inconsistencias, cambios de opinión y amateurismo de un Gobierno en plena fuga hacia adelante. Y es que el problema no estriba ya en qué política económica se aplique, sino en el hundimiento de la confianza de los inversores en el Gobierno socialista.

    En estos momentos y aunque resulte extravagante, España no tiene un problema económico sino político, simbolizado en el señor Rodríguez Zapatero. El Gobierno no gobierna ni puede gobernar. Nadie acompañará a ningún sitio a un enfermo terminal y contagioso.

    ¿Por qué un liberal puede oponerse a un recorte del gasto público? La respuesta es por un lado que esa medida aislada, sin reformas estructurales, deprime la economía y, en consecuencia, impide estabilizar el endeudamiento; por otro, la convicción de que la única salida posible a la debacle económica del país es sacar al PSOE o, al menos, a su presidente del poder. El señor Rodríguez Zapatero se ha convertido en el principal obstáculo para que España salga de la crisis y, si este es el diagnóstico, ninguna solución es posible sin que el presidente del Gobierno decline los símbolos de su autoridad.

    En este marco de análisis, la actitud del PP es coherente. Ya es tarde para que bambi se reinvente y se transforme en una especie de Margaret Thatcher de León, por la sencilla razón de que, aunque lo hiciese, extremo improbable, nadie lo creería. España vive un clásico momento de fin de régimen y hay que sacar las consecuencias oportunas.

    La situación española es similar, por no decir idéntica, a la del Reino Unido durante el Gobierno laborista del período 1976-1979. Britania estaba en una posición económico-financiera dramática. En 1976, tuvo que pedir un préstamo al FMI para evitar la bancarrota. Los laboristas, contra sus instintos, intentaron aplicar una estrategia presupuestaria y monetaria ortodoxas pero no demasiado, porque las fuerzas que apoyaban al gabinete, los sindicatos y el ala izquierda del laborismo, se oponían con virulencia a cualquier atisbo de reforma seria. En consecuencia, las buenas intenciones del premier Callaghan y de su canciller del Exchequer, Dennis Healey, no sirvieron para ganar la confianza de los mercados y de la opinión pública. El laborismo había agotado sus posibilidades de ser una opción capaz de restaurar la solvencia del país y restaurar las bases del crecimiento. Se necesitaba una nueva política y un nuevo Gobierno.

    Hay un momento en la vida de un país en el que se traspasa una línea imperceptible, difícil de prever y en la que un Gobierno, haga lo que haga, ya no tiene crédito. La confianza es una planta delicada. Se tarda mucho tiempo en lograr y muy poco en perder. Cuando esto sucede, recuperarla es una tarea titánica, por no decir, imposible. Guste o no a mis amigos socialistas, el Gabinete del señor Rodríguez Zapatero se encuentra en esta dramática situación de la que no existe vuelta atrás. En este escenario, los intentos de ganar tiempo, de esperar un milagro salvador sólo conducen a agravar los problemas del país y a poner los cimientos para una estrepitosa derrota electoral del PSOE; una lenta y agónica sangría si las elecciones se celebran en 2012.

    ¿Qué sucedería si el presidente del Gobierno después de su plan de recorte del gasto acometiese una reforma laboral y una reestructuración de verdad del sistema financiero? ¿Se lo creerían los mercados? La respuesta es complicada y en gran parte depende de la percepción que los inversores tengan tanto de la profundidad del cambio en las instituciones laborales y en el modelo de cajas, esencia del problema, como en la capacidad del Gabinete de aprobar su hipotético proyecto reformista en el Parlamento.

    En teoría, Zapatero no tiene nada que perder y quizá su instinto de supervivencia supere sus prejuicios ideológicos. Esta es la tesis de muchos de mis amigos. Tal vez, los acreedores de España, horrorizados ante la posibilidad de una default, estén dispuestos a creerse el giro del socialismo hacia la virtud, pero lo más probable es que esto no suceda y que el suministro de oxígeno al Gabinete socialista tenga un breve recorrido. Cuando el telón cae, los actores del drama ya no reciben aplausos y ese es quizá el destino de Zapatero.

    Lorenzo Bernaldo de Quirós es miembro del Consejo Editorial de elEconomista.