Opinión
Clemente González Soler: Empresas y valores
Más de 300.000 empresas se han destruido desde que se inició la crisis hace casi tres años, y todavía serán más las que caigan, acosadas por la bajada de las ventas y la falta de financiación. Se trata de una fría estadística que de ninguna manera refleja la magnitud del drama humano que representa. Drama para las personas que han perdido su trabajo y, en algunos casos, como el del empresario, su trabajo y un proyecto vital que muy posiblemente se salde con la merma o destrucción de su patrimonio personal.
Nos enfrentamos, pues, a un escenario de enorme complejidad donde sólo hay víctimas; entre ellas, también los empresarios. Nuestra estructura empresarial, caracterizada por la enorme presencia de pymes, hace que la mayor parte de nuestros emprendedores hayan sido trabajadores por cuenta ajena que en determinado momento decidieron correr con su propio proyecto y destino. Estos emprendedores se han erigido en solución para ellos mismos en lo que se refiere a la generación de rentas personales, y también para otros, en la medida en que se convierten en motores del empleo.
¡Cuánto mejor nos iría si nuestros jóvenes, en vez de querer blindarse la vida ante los contratiempos por la vía de hacerse funcionarios, emprendiesen un camino de búsqueda y superación, no importa en qué faceta social! Sin duda, ésta sería la mejor forma de patriotismo para un país sumido en una crisis de colosales proporciones.
Con la crisis, el colectivo empresarial ha experimentado un deterioro de su imagen, en unos casos por obra de los estamentos políticos y, en otros, por mérito de falsos empresarios que sólo saben crecer en tiempos de abundancia. Pero la realidad ha puesto a cada uno en su sitio.
La actuación del empresario
La sociedad tiene que saber que ser empresario es algo muy diferente. Consiste en soportar riesgos, la mayor parte de las veces en medio de la incomprensión general, y en superar los obstáculos de una legislación que tampoco se prodiga en favorecer a la empresa. Con estos mimbres, luego se intenta crecer y perpetuar el proyecto en el tiempo para beneficio de todos (la sociedad en primer lugar).
Si es verdad que alguien vio un brote verde, éste es, sin duda, el espíritu empresarial. Serán los empresarios y los nuevos emprendedores, vocacionales o condicionados por las circunstancias, quienes nos saquen de nuevo de la crisis. Y los valores que deberán guiar sus iniciativas serán los de siempre: el esfuerzo, el sacrificio y la honradez.
Es cierto que los ingredientes puestos en este primer platillo de la balanza son muy pesados, pero también lo es que se compensan con la satisfacción personal que produce ser impulsor de una obra propia que irradia beneficios a su alrededor. Para aquellos que estén en el quicio de dar el salto al emprendimiento, sólo les diré una cosa: no tengáis miedo al fracaso. El auténtico fracaso es no haberlo intentado.
Clemente González Soler, presidente de la Asociación para el Desarrollo de la Empresa Familiar de Madrid (ADEFAM).