Opinión

Editorial: Merkel y las aguas eurozónicas



    La canciller alemana ha sacado el látigo para luchar en dos frentes que acechan a la UE y cuyas imbricaciones les hacen retroalimentarse: la especulación y las crisis presupuestarias. Para espantar a la primera de los castigados mercados europeos y restar volatilidad a la deuda soberana, ha prohibido las operaciones de cortos al descubierto, algo que le ha devuelto nuevas bofetadas en forma de depreciación del euro y caídas bursátiles. Una reacción que demuestra la seria y lógica desconfianza que despierta cualquier movimiento en la zozobrante zona euro. También Merkel presentó un programa que persigue soslayar problemas como los actuales: el riesgo de contagio ante la entrada en barrena de las cuentas públicas de un Estado, al que se encuentran expuestos el resto de ellos, o el riesgo moral que implica decidir sobre eventuales rescates. Algunos extremos del paquete que propone la dirigente germana son de severa dureza: exigencias sine qua non sobre el cumplimiento de los respectivos pactos de estabilidad y crecimiento, retirada de fondos estructurales ante incumplimientos y supresión temporal del voto a quienes, como Grecia, quebranten las normas de forma flagrante y oculten o falseen sus datos macro. Si bien es necesario avanzar en tal sentido, el hecho de que sea Merkel unilateralmente la que se ve abocada a tomar estas riendas no hace sino revelar que la eurozona hace aguas. Los ecofines, eurogrupos -en definitiva, la superestructura comunitaria- se han revelado incapaces de abordar problemas de envergadura y de siquiera cerrar eficazmente líneas y consensos. Merkel se desgasta mientras trata de mover una montaña.