Diego Cano Soler: Soy funcionario
Soy funcionario. Lo reconozco y me gusta. Aunque hoy un poco menos, porque me dicen que mi trabajo vale un 5% menos, y que el año próximo no mejoraré. Me dicen que los esfuerzos en aumentar el servicio que ofrecemos a la ciudadanía son baldíos, que nuestra productividad decrece y que la aportación que realizamos al bienestar de la sociedad es menor, pues eso es lo que significa reducir el sueldo. ¿O resulta que no nos pagan por nuestro trabajo?
Es verdad que parte de los empleados públicos disfrutan de una relación laboral con escasas incertidumbres, pero no es menos cierto que en los años de expansión del ciclo no se benefició la función pública del incremento general de rentas.
En determinados ámbitos de la Administración no se aprovechan las eficiencias posibles; algunos trabajadores por cuenta de la sociedad no producen lo que cuestan. ¡Que se racionalice la Función Pública! ¡Que se persiga al que defrauda al recibir un salario procedente de los impuestos! Eso vale para el empleado público incumplidor, para el directivo acomodado o el trabajador de una gran empresa que se escuda en su alto coste de despido y el escaso control que ejercen los accionistas sobre su productividad para realizar exiguas aportaciones a la riqueza general. Lo que no resulta adecuado es un castigo general por pecados que, además, han cometido otros.
Con este modelo de retribución desconectado de la productividad y fijado según las presiones del momento, atraeremos a la Función Pública a profesionales no interesados tanto en la productividad del servicio al ciudadano cuanto en la seguridad de un salario magro contra el que están dispuestos a ofrecer estíticos esfuerzos.
¿No íbamos a refundar el capitalismo?
Existen cinco tipos de empresas. Pequeñas, medianas, grandes y muy grandes para caer. En estas últimas los beneficios se ven apropiados por los directivos, pues no llegan al accionista en mayor medida que en las otras, y las pérdidas son socializadas vía subvenciones y ayudas.
El quinto elemento en la amalgama organizativa son las organizaciones que directa o indirectamente son pagadas por el contribuyente (partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales y sociales de toda índole) que no se ven obligadas a justificar si lo que producen se corresponde a la parte del producto que reciben.
¿Dónde está la negociación colectiva que ayude a la creación de empleo y mejora del bienestar? ¿Dónde el debate de ideas que ofrezca luces y caminos en el momento actual? ¿Articula a la sociedad civil la existencia de chiringuitos variados de carácter aparentemente social cuya verdadera razón de ser es el cobro de subvenciones? Se aplica la reducción del gasto en inversiones; se aplaca al mercado financiero con menores necesidades de financiación futura, pero ¿no son también menores capacidades productivas? ¿No íbamos a cambiar el modelo?
Por fin nos hemos dado cuenta de la realidad: estamos en crisis. Siempre es desagradable decirlo, pero lo hemos oficializado con el recorte de gasto. Es una crisis peculiar, de confianza, fiduciaria, como el dinero, financiera. El Gobierno ha demostrado capacidad de maniobra reduciendo los salarios de sus empleados, congelando las pensiones, recortando la inversión.
Los mercados aplaudirán la rapidez y contundencia, y probablemente es, dada la urgencia de la situación, la única alternativa posible. Pero queda el regusto amargo de haber perdido una oportunidad para replantear el funcionamiento de las economías mixtas de mercado en que se sustenta nuestra democracia liberal. Y las crisis, bien planteadas, pueden ser oportunidades.
Diego Cano Soler, profesor de la UAM.