Javier Nart: Del desespero al vacío
Vicky Harrison es (era) una veinteañera que en la foto publicada en los diarios mantiene aún una sonrisa alegre.
Sonrisa truncada porque esa anónima muchacha se ha suicidado.
Su historia deja de ser anécdota (terrible anécdota) para resultar categoría.
Vicky Harrison terminó la escuela secundaria. Posteriormente realizó estudios de formación profesional. Era una joven con ilusión y capacitación suficiente. Vicky ni quería ni esperaba espléndidos sueldos, altas posiciones en el escalafón profesional. Simplemente un lugar donde ganarse la vida e iniciar el camino de su proyecto vital.
Y ahí Vicky se estrelló con el frío muro de hielo de esa sociedad nuestra que expulsa a casi la mitad de nuestros jóvenes, convirtiéndolos en parados institucionales. En Gran Bretaña, en la zona donde vivía, el 48 por ciento. En España, más del 40 por ciento.
Vicky, en cinco años, envió más de 200 cartas que incluían su currículum ilusionado, apuntándose a trabajar como instructora de niños, secretaria, reponedora de artículos en un supermercado, recepcionista, vigilante? 200 intentos fallidos pasando de las mejores a las peores expectativas sin conseguir que ninguna de ellas tuviera respuesta.
200, 200.000 esperas inútiles.
Vicky fue subsidiada, cobró el paro, pero se encontró un día a sus 25 años con las manos vacías, el alma seca y la nada ante sus ojos.
Y frente el vacío encontró como única alternativa caer en él.
Posiblemente ilustres analistas de la ciencia económica expliquen con toda exactitud la inevitable realidad de la sociedad post-industrial que no permite ni el pleno empleo ni la plena inclusión. Que fatalmente condena al abismo a un porcentaje de la ciudadanía. ¿Qué quieren que les diga? Me contemplo a mí mismo como el pasajero de primera clase navegando entre un mar de náufragos prescindibles.
Pero a mí, sin haberla conocido, me ahoga la ausencia de Vicky.
Javier Nart, abogado.