Fernando Méndez Ibisate: No todo está resuelto
Finalmente, y ante el cariz que estaban tomando las dificultades financieras, que ya se habían extendido por la eurozona afectando a la moneda única, los gobiernos europeos parecen haber establecido un colchón de seguridad mínimo, aunque cuantioso, frente a posibles impagos de los miembros del club.
En un acuerdo fraguado a lo largo del fin de semana y no sin fricciones más que comprensibles, los países del euro han dispuesto un fondo de ayudas y garantías por valor de 720.000 millones de euros, con una participación sustancial del FMI exigida por Alemania, Finlandia y Holanda y con el beneplácito de Francia, cuyo presidente había acordado previamente una posición conjunta con la canciller Angela Merkel.
La Comisión Europea se hace cargo de un montante de hasta 60.000 millones de euros en forma de créditos a los países con dificultades para financiar su deuda, que solicitaría directamente como préstamos en los mercados de capitales con el respaldo directo de los recursos propios disponibles a través del presupuesto comunitario.
Por si tal cuantía no fuese suficiente, los Estados de la eurozona se comprometen a establecer un fondo de garantía de préstamos por un total de 440.000 millones de euros, a los que cabe añadir otros 220.000 millones que aportaría el FMI cuyo concurso normalmente exige el cumplimiento de determinadas reglas a los perceptores de la ayuda. Esto reforzaría los propios requerimientos de la CE y el Eurogrupo para que los miembros "pícaros e incorregibles" del club se ciñan a sus reglas y obligaciones.
Sin embargo, al igual que con nuestra concurrencia al rescate de Grecia, lo primero que cabe preguntarse es que si, en general, los miembros de la eurozona, así como Gran Bretaña y Suecia que no participan en el plan al no pertenecer al euro, tienen de por sí dificultades con sus endeudamientos, déficit y financiación (cierto es que unos más que otros), cómo van a pagar esta nueva cuenta y si eso no tendrá repercusiones financieras a medio plazo. Téngase en cuenta que el montante referido se añade a los 110.000 millones ya aprobados para rescatar la deuda griega.
La clave del plan y de la respuesta a tal pregunta la tiene el BCE, que ya ha comenzado a comprar deuda soberana, sobre todo -aunque no sólo- de mala calidad (por la condición de sus emisores) y que ha emprendido una acción conjunta con otros bancos centrales (Fed, Banco de Inglaterra, Suiza, Canadá y Japón) por la que se abre una línea de crédito excepcional entre bancos centrales para poder operar en los mercados financieros para especular en activos y monedas.
La respuesta ha sido similar a la activada en el peor momento de la crisis, cuando afloró todo el problema de las subprime y quebró Lehman.
Consecuencias de la inyección de liquidez
Pero, sin duda, estas medidas, especialmente el apoyo monetario y de liquidez extraordinarios dados por los bancos centrales, tendrán de nuevo consecuencias, y no sólo positivas, o de cambiar el rumbo bajista que habían tomado los mercados.
Supone, en el medio plazo, aceptar la devaluación del euro o, lo que es lo mismo, un proceso inflacionista que, sin duda, afectará de forma dispar a los diferentes miembros, dependiendo de cómo sean sus condiciones reales: productividad, eficiencia y costes y competitividad. Lo que elevará a medio plazo, posiblemente antes de lo que hubiese acontecido, los tipos de interés y pondrá en dificultades a aquellos países que mantengan su actual empecinamiento en no hacer profundas reformas de sus desequilibrios. Sin éstas no se restaurará la credibilidad.
Fernando Méndez Ibisate, profesor de Economía de la UCM.