Opinión

Lorenzo B. de Quirós: Mamá, yo no quiero ser 'griego'



    En plena crisis económica de mediados de los años setenta, Joaquín Garrigues, líder del ala liberal de la UCD, acuñó una feliz e inquietante frase para definir ese delicado momento: "La situación es desesperada, pero no es grave".

    En las actuales circunstancias, la desesperación comienza a superar la gravedad de los hechos. España se enfrenta a un escenario crítico en medio de la peor coyuntura registrada por la economía nacional desde la Guerra Civil. Ahora ya no se trata de evitar la profundización de la recesión o la consolidación de una larga fase de estancamiento, sino de impedir el colapso económico-financiero del país, el horror, como abría su portada de esta semana The Economist.

    Relación estrecha entre Grecia y España

    Esta hipótesis no es un ejercicio de catastrofismo, sino el panorama que comienzan a descontar los mercados financieros nacionales e internacionales. Mírese como se mire, el contagio griego ya se ha extendido a la economía española y será muy difícil, una tarea titánica, invertir esa tendencia y conjurar la amenaza de una debacle de proporciones imprevisibles.

    Desde amplios sectores de la opinión política e incluso académica se considera injusto e incomprensible que no se discrimine entre la situación helena y la hispana. Éste es un error de análisis fundamental.

    La Hipótesis de la Fragilidad Preexistente brinda una versión muy sugestiva para ilustrar la explosión de la crisis y su extensión. Lo que detona la primera es la presencia de una debilidad o de una serie de debilidades en la economía de un país. Cuando el acontecimiento crítico se produce, ese punto o puntos débiles se magnifican y explican ex-post la profundidad y la duración del declive.

    Lo que antes resultaba tolerable se vuelve súbitamente inaceptable. El contagio se desencadena cuando los mercados y los agentes económicos perciben en otros países la presencia de anomalías semejantes. Sin una fragilidad previa, una perturbación financiera no se autoalimenta ni se contagia (ver Wyplosz Ch., Currency Crises, Contagion and Containment: A Framework, CEPR, Conference Report Nº 6 39-43, 1998).

    La radiografía de España

    España presentaba y presenta el cuadro clínico que siempre ha precedido a todas las debacles económico-financieras que en el mundo han sido. Anna Karenina empieza con una inquietante frase: "Todas las familias felices se parecen. Cada familia infeliz, lo es a su manera". Algo parecido podría decirse con el escenario crítico al que hoy se enfrenta España.

    Tiene rasgos distintivos, pero, como en episodios anteriores, se han visto precedidos por la misma cadena de acontecimientos: inflación de activos, altos niveles de deuda privada, pérdida de competitividad, un voluminoso y creciente déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente y una recesión.

    En los últimos años de la fase expansiva, el PSOE no hizo nada por corregir esos problemas y, cuando estalló la crisis, su política económica sólo ha contribuido a agravarlos con un corolario: la generación de un déficit público descomunal. Ante este panorama, el colapso de la economía nacional y el fantasma de una crisis de deuda son la consecuencia lógica de las acciones e inacciones del gabinete socialista.

    Elementos diferenciadores 

    Si se compara la posición de Grecia con la de España, el elemento diferencial positivo para nosotros es que los ratios déficit/deuda pública/PIB son inferiores en la Vieja Piel de Toro.

    Ahora bien, el ritmo de aumento del endeudamiento del sector público español ha sido superior al registrado por cualquier otro país de la eurozona.

    Por otro lado, el desempleo nacional dobla el griego. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria con sus daños colaterales sobre la economía real y sobre la salud de las instituciones financieras es un fenómeno inexistente en Grecia, amortiguado artificialmente en España por la adquisición de activos reales por parte de las entidades crediticias para no contabilizarlos como pérdidas en sus balances; posición insostenible?

    Durante la fase expansiva, la pérdida de competitividad de la economía nacional ha sido mayor que la experimentada por Grecia, y el déficit por cuenta corriente es mucho más elevado.

    Por último, España tendrá que absorber en los próximos meses el negativo impacto de la insolvencia de una parte de su sistema financiero, en concreto, de las cajas de ahorros.

    Falta de liquidez

    Ése es un punto crucial porque se va a traducir en una acentuación de la contracción crediticia, en un verdadero secante para la liquidez de la economía nacional.

    No sólo las Administraciones Públicas van a tener serias dificultades para cubrir sus necesidades de financiación, aunque estén dispuestas a pagar una prima de riesgo más elevada, sino también el sector privado, castigado por la restricción crediticia interna y por la parálisis o, al menos, por una caída drástica de los flujos financieros externos a la economía española.

    En este marco, el único crédito disponible será el nacional, y en un entorno de crisis financiera acompañado por altas demandas de dinero para financiar el déficit y la deuda pública, el efecto expulsión del sector privado tendrá una enorme potencia.

    Esta dinámica se agudizará por la salida de capitales que tenderá a crecer a medida que la coyuntura empeore. El resultado es una economía al borde de la argentinización, factor que se ve agravado por el deterioro de las instituciones y de la seguridad jurídica.

    ¿Qué va a pasar?

    No existe una respuesta de manual para una crisis de deuda en una unión monetaria, acompañada en simultáneo por una crisis bancaria.

    En cualquier caso, la única posibilidad de conjurar esa amenaza consiste en aplicar de manera global y consistente un plan que combine tres elementos básicos: primero, un programa de austeridad presupuestaria para devolver la confianza a los mercados en la sostenibilidad de las finanzas públicas; un paquete de reformas estructurales para ganar competitividad y sentar las bases del crecimiento y un agresivo y proactivo programa de saneamiento y reestructuración del sistema financiero. Según parece, al menos hasta la fecha, el Gobierno no piensa hacer nada de eso. El resultado de esa inacción es bastante previsible?

    Lorenzo B. de Quirós, miembro del Consejo Editorial de elEconomista.