Opinión

Gregorio Izquierdo: Por un mercado de trabajo moderno



    La crisis está poniendo en evidencia la obsolescencia de nuestro trasnochado marco laboral. Los cada vez más vertiginosos datos de paro certifican nuestro fracaso en este ámbito.

    Se están comprometiendo así no sólo nuestras finanzas públicas por el gasto en prestaciones y subsidios, sino también nuestro propio potencial de crecimiento a futuro, por la vía de la histéresis, o alejamiento definitivo del mercado laboral de gran parte de individuos estigmatizados con el paro de larga duración.

    La respuesta del Gobierno aquí ha sido claramente insuficiente. Primero negando la necesidad de una reforma laboral, luego explicitando líneas rojas para ésta, y ahora restringiendo sus posibilidades para un consenso en el marco de un encorsetado documento de trabajo planteado el pasado abril a las mesas de diálogo social.

    Todo vale con tal de mantenerse en el error. Se obvia el problema de fondo, que no es otro que los altos costes e incertidumbres asociadas a la extinción del contrato de trabajo en la práctica disuaden a los empresarios de nuevos contratos, en la medida que encarecen sus costes y crean incentivos perversos sobre la productividad y la negociación colectiva.

    Cambios inapropiados

    Entre otras barbaridades, ahora mismo se está planteando endurecer los criterios de contratación en fórmulas como los contratos por obra o eventuales, claves y críticas tanto por la naturaleza de nuestra estructura productiva como por las incertidumbres que plantea el actual horizonte de crisis.

    Del mismo modo, se quiere recuperar la causalidad del despido, que no es sino un eufemismo para encarecerlo favoreciendo la reclamación de despidos nulos, con la finalidad de maximizar los salarios de tramitación, y obtener indemnizaciones muy superiores a las legales.

    La realidad es que muchas empresas están dispuestas en la mayor parte de los casos a pagar 45 días de partida para evitar las dilaciones e incertidumbres judiciales, no porque carezcan de motivación suficiente para ello, sino porque no se les reconocen como improcedentes ni siquiera casos claros y probados de despidos disciplinarios.

    Negociación colectiva

    Con todo, para mí lo peor es que se está obviando el núcleo principal de la negociación colectiva de lo que debiera ser una reforma laboral. Ha de derogarse la ultra-actividad y reorientar la sobre-solapada e intermedia negociación colectiva por una estructura dual y delimitada en sus ámbitos.

    Por una parte, negociación centralizada, en línea con los objetivos macroeconómicos de estabilidad y empleo, con prohibición de cláusulas de revisión, y otra a nivel de empresa, para lo que se debiera generalizar la posibilidad de aplicar cláusulas de descuelgue, en las que se pudieran negociar las circunstancias propias de la misma, sobre todo en el ámbito de la flexibilidad interna en situaciones de crisis: salario, jornada, movilidad geográfica y funcional, etc.

    Pero si es ahora, con una crisis histórica, y los salarios van a crecer este año y los dos siguientes al menos la inflación, ya que al haber cláusulas de revisión, los objetivos de crecimiento salarial acumulado para el período 2010-12, de entre el 3,5 y el 4,5%, sólo son el suelo por debajo del cual no van a ajustarse los salarios este año.

    En todo caso, se debiera revisar también el marco de las prestaciones por desempleo, de tal forma que se equilibrara la cobertura de situaciones de necesidad con minimizar las situaciones de riesgo moral o paro voluntario, con rechazo implícito de ofertas de trabajo o de formación, a la vez que se reforzara el control del fraude.

    Ahora que equivocadamente se ha subido el IVA, se debiera aprovechar esta circunstancia para bajar las cotizaciones sociales, como mecanismo tanto para recuperar el empleo como para mejorar la competitividad, ya que al incorporarse directamente en la estructura de costes de las empresas, su reducción sería equivalente a una devaluación de las de antaño.

    No me resisto a terminar sin invocar a que el Ministerio de Trabajo cambie su nombre por el que le es más propio, el del Ministerio del Desempleo, ya que así a lo mejor se acuerda de aquellos que están siendo las grandes víctimas de su inacción en materia de reforma laboral, los desempleados, colectivo que me sospecho no está siendo debidamente representado en el diálogo social.

    Gregorio Izquierdo, director de Estudios del IEE. Profesor Titular de Economía Aplicada de la UNED.