Fernando Fernández: Y caperucita sigue sin enterarse
Este artículo ha de entenderse como la segunda parte del publicado la semana pasada en el que avisaba de la gota fría situada sobre el Mediterráneo. Como era de temer, el Gobierno ha respondido sacando el paraguas, pero cualquiera que haya visto uno de esos fenómenos meteorológicos habituales en la costa levantina sabe a lo que nos arriesgamos. Sacar el paraguas es insistir en la economía de la décima; confiar en que el INE sea disciplinado tras el incidente de la EPA y nos ofrezca un dato positivo (0,1 por ciento) de crecimiento en el primer trimestre; encontrar consuelo en que la recaudación fiscal aumenta por primera vez porque se han aplazado las devoluciones y juega a favor el efecto Semana Santa; pensar que la eliminación de algunos altos cargos demuestra el compromiso del Ejecutivo con reducir el gasto público, cuando es precisamente lo contrario, exhibe las limitaciones ideológicas del presidente e institucionales de España; despreciar a las agencias de rating ignorando las dificultades crecientes que tienen el Tesoro y las empresas privadas, sobre todo financieras, para encontrar compradores de su deuda; prometer una vez más la reforma laboral a plazo, esta vez tres semanas, cuando nada se sabe de su contenido y los interlocutores sociales están ya aburridos y han tirado la toalla.
Sacar el paraguas es básicamente confiar en que los vientos aparten de nosotros este cáliz, que ha sido la única constante de política económica de este Gobierno. Pese a todos los discursos sobre liderazgo y memoria histórica, lo cierto es que, como Franco, se ha optado siempre por esperar y ver qué hacen los americanos, por meter facturas en el cajón -se ha hecho literalmente con la deuda municipal, el saneamiento de las cajas de ahorros, el coste de las renovables- y por acusar de antipatriotas a los disidentes y a la pérfida Albión de estar detrás de la conjura internacional. Todo demasiado conocido para invitar al optimismo.
Por eso es tan interesante leer el informe de Standard and Poor's publicado esta semana. No dice nada nuevo, nada que no hayamos dicho los antipatriotas, pero lo dice una institución a la que podemos despreciar pero crea opinión porque le pagan para ello. Como toda opinión, es discutible. Pero cuando llueve sobre mojado, cuando se lee despacio y se observa que está lleno de sentido común, cuando dibuja un escenario de estancamiento económico, desempleo estructural inaceptable y déficit público resistente a la baja, cuando plantea dudas razonables sobre el compromiso del Ejecutivo de cambiar este estado de cosas, deberíamos preocuparnos seriamente. No olvidemos que el objetivo de este informe es evaluar la capacidad y la voluntad del Gobierno español de hacer frente a sus compromisos internacionales. Claro que hace juicios de valor. Como toda proyección económica que valga para algo. ¿O no los hacía el Plan de Estabilidad presentado en Bruselas? Ése es el problema de fondo: que los juicios de valor, las hipótesis de trabajo, la credibilidad, en suma, del Gobierno español no son ya de recibo. Porque le preocupan más las consecuencias electorales que económicas de sus decisiones. Como a todos los populistas. Nos va a salir muy caro, como le han costado a Grecia las dudas, engaños y vacilaciones. El nuevo plan de ajuste es mucho más restrictivo. El español también lo será cuanto más tarde. Ya lo dicen en público hasta los grandes empresarios.
Fernando Fernández, IE Business School.