José Antonio Herce: Las pensiones en la crisis y la crisis en las pensiones
La crisis económica, que ha socavado profundamente los cimientos del mercado de trabajo español, no ha logrado, sin embargo, tumbar los pilares del sistema de pensiones contributivas.
En el año 2009, en plena recesión, el sistema de pensiones obtuvo un superávit por encima de los 8 millardos de euros y en 2010 también obtendrá superávit, aunque bastante menor, puede que la mitad del anterior.
Aunque la afiliación al sistema ha disminuido en 1,6 millones de efectivos desde 2007, cuando alcanzó el máximo, la base de afiliación al sistema sigue siendo elevada (17,6 millones de afiliados en febrero de 2010) y los parados que perciben prestaciones no dejan de cotizar a la Seguridad Social, ya que el Sistema Público de Empleo lo hace en su nombre, en detrimento de sus propias cuentas, naturalmente.
El número de pensiones, que en febrero de este año se situaba en 8,6 millones (con unos 7,8 millones de pensionistas, por la concurrencia de pensiones), ha registrado una ligera aceleración en su variación interanual en los últimos años, aunque ésta es una tendencia ajena en buena medida, a la crisis y asimilable a la llegada a la jubilación de las generaciones normalizadas nacidas después de la inmediata posguerra civil.
Problemas en 2020
En esta crisis, el sistema de pensiones no se ha utilizado como se hizo durante las masivas reconversiones industriales de los años 80, cuando se utilizó la incapacidad permanente como vía de ajuste en el mercado de trabajo.
El sistema de pensiones, por lo tanto, ha resultado poco afectado por la crisis, aunque ya no será una fuente de superávits significativos para nuestras maltrechas cuentas públicas en lo sucesivo, si bien tampoco lastrará dichas cuentas durante algún tiempo, a medida que se consolida la recuperación.
Pero la insuficiencia financiera del sistema se manifestará crecientemente a partir de 2020, cuando el crecimiento del número de pensionistas, procedentes de generaciones cada vez más numerosas, requiera unos recursos que la base de afiliación del momento no logrará, según todas las previsiones, contrarrestar. A partir de 2025, para lo que faltan tan sólo 15 años, empezarán a jubilarse las generaciones del baby-boom, nacidas en pleno desarrollismo a comienzos de los años 60.
El Fondo de Reserva, que a 31 de diciembre de 2009 contaba con 60 millardos de euros (un 5,7% del PIB), acumulará en lo sucesivo pocos recursos adicionales y en cuanto aparezca el primer déficit registrará disminuciones que podrían hacerlo desaparecer alrededor de 2030. De hecho, a legislación constante, las previsiones apuntan a una deuda explícita del sistema de pensiones equivalente al PIB para el año 2050.
Pasar a la acción ya
Puede parecer innecesario que, en estos momentos, junto a los muchos ajustes que esta crisis está requiriendo, como el Plan de Austeridad, cuyos sacrificios irán mani- festándose con el tiempo, o el mucho más visible ajuste en el mercado laboral, la quiebra de las empresas, etc., hagamos aparecer en escena la reforma del sistema de pensiones.
Pero lo cierto es que, de no hacer nada, la financiación de las pensiones puede ser muy exigente dentro de unos lustros y complicar enormemente la devolución de la deuda que estamos emitiendo en estos momentos o que se emitirá en los próximos años. Por eso los mercados reaccionan hoy pidiendo diferenciales más elevados en las emisiones a largo plazo a cambio de su adquisición.
Por otra parte, cualquier reforma de las pensiones exige el transcurso de muchos años hasta que se aplica con generalidad. Es como cuando se impuso el catalizador en los automóviles para combatir las emisiones. Sólo los nuevos modelos debían cumplir con este requisito y tuvieron que pasar muchos años hasta que todo el parque de vehículos existente en el momento de adoptar la medida fue completamente renovado por otros que ya incorporaban el catalizador. Con las pensiones pasa lo mismo. Las reformas que se adopten no deben afectar ni a los actuales pensionistas ni a los trabajadores en edades relativamente cercanas a la jubilación, digamos a partir de los 50 años.
Los actuales pensionistas, obviamente, han cumplido ya con sus obligaciones contributivas y están recibiendo las pensiones que les corresponden con arreglo a las reglas establecidas y las expectativas que mantuvieron mientras estaban cotizando.
Los trabajadores de edades cercanas a la jubilación carecen de margen temporal para contrarrestar las consecuencias de las medidas que se adopten y que, indefectiblemente, afectarán al esfuerzo contributivo, la tasa de sustitución de las pensiones o la edad de jubilación. Cuanto más cerca de esa edad, menos margen para ahorrar adicionalmente y menos capacidad de reacción formativa o alternativas laborales ante un retraso de la edad de jubilación.
Nuevo sistema de pensiones
Las restantes generaciones actuales y las futuras generaciones de trabajadores tendrán que acostumbrarse a vivir lo antes posible con un sistema de pensiones en el que, si se quiere asegurar la suficiencia financiera evitando la acumulación de deuda, las pensiones guardarán una menor proporción respecto a los salarios previos, aunque no tienen por qué disminuir, y la vida laboral se alargará unos años, como norma general.
Para los trabajadores todavía jóvenes, esta perspectiva es, sin duda, desfavorable, pero éstos tienen margen para organizar sus recursos y necesidades futuros hasta el momento de la jubilación y, sin duda, será mejor que la incertidumbre de acabar aterrizando sin paracaídas en un sistema de pensiones sin sólidos fundamentos financieros.
Es por ello que la reforma de las pensiones hay que iniciarla cuanto antes, incluso si ello se produce en plena crisis, entre la preocupación inmediata sobre cómo ajustar las cuentas públicas sin dañar la recuperación económica (una verdadera cuadratura del círculo), las dificultades para impulsar un nuevo modelo productivo o las reticencias hacia una reforma laboral.
José Antonio Herce, socio-Director de Economía de Afi.