Alberto Alesina: Lecciones para una crisis fiscal
La crisis fiscal griega es un ejemplo dramático de un fenómeno más general: las finanzas públicas en crisis de algunos países con altos déficit y de otros con balances bastante controlados, pero con deudas tan altas que cualquier shock sobre los ingresos o los gastos podría tener gravísimas consecuencias para ellos. Tal es el caso italiano.
El propio EEUU se está dirigiendo hacia una pendiente de crisis fiscal muy preocupante. Los mercados postcrisis están muy nerviosos y muy sensibles a los "países en riesgo". No hay, pues, tiempo que perder. Es necesario retomar el control de los balances públicos, reduciendo déficit y deudas. Sobre todo en Grecia, pero no sólo. Porque eso es algo que hay que hacer también en todos los demás estados con deudas y/o déficit demasiado elevados. Si los diferenciales sobre las tasas se amplían, todo se torna mucho más difícil.
No será la primera vez que asistamos a reducciones de la deuda. En los años 80-90, en los países de la OSCE asistimos a muchos procesos de reducción de la deuda, tras la acumulación de déficit públicos en los años 70 y en parte de los 80. En una reciente investigación, realizada con Silvia Ardagna, calculamos que en los países de la OSCE hubo más de 80 casos de países que, en un año, redujeron el desequilibrio primario (es decir, en neto sin intereses) más del 15 por ciento del PIB desde los años 70 hasta ahora.
En algunos casos, la reducción completa del déficit fue muy significativa. En Dinamarca, el desequilibrio primario bajó casi 13 puntos porcentuales del PIB desde 1982 a 1986, pasando de un déficit de cerca del 10 por ciento a un superávit de cerca del 3 por ciento. En los años 1986-87, Suecia redujo su déficit primario casi 7 puntos del PIB en dos años. En 1994, el desequilibrio primario en Inglaterra era de casi un 7 por ciento del PIB, pero en el año 2000 presentaba un superávit de cerca del 3 por ciento. Por lo tanto, si Grecia quisiese, también podría hacerlo, incluso sin ayudas externas. ¿Cuáles son las lecciones que nos enseñaron estas recientes experiencias históricas? La primera es que los únicos ajustes fiscales duraderos son los que redujeron los gastos y, sobre todo, los que bloquearon la dinámica automática de subida de determinadas categorías, como pensiones, transferencias y empleo público.
En cambio, los ajustes que aumentaron las alícuotas, intentado perseguir tanto los gastos como los impuestos, no resolvieron el problema. Italia es el caso prototípico. A principios de los años 90, cuando comenzó un amplio período de reducción del déficit, se realizó casi por completo por el lado de los impuestos. El resultado es que todavía seguimos con una deuda que camina hacia el 130 por ciento del PIB, según las estimaciones del FMI.
La segunda lección es que, en contra de lo que suele pensarse, las reducciones del gasto público, que después permiten bajadas de impuestos, no tienen efectos negativos sobre el crecimiento y, por tanto, tampoco sobre la subida de las retenciones fiscales. No en vano el crecimiento de Italia se ralentizó a comienzos de los 90 con la progresiva alza de la presión fiscal.
La tercera lección es que en países como los mediterráneos, con sistemas de seguridad social muy deficientes, las reducciones de gastos se pueden arbitrar sin perjudicar el nivel de protección de las capas más débiles de la población. Obviamente, esto exige reformas incisivas y mejorar los estados de bienestar. El coro que se eleva contra las reducciones de gastos en nombre de la solidaridad social, y que en Italia abarca indistintamente a la derecha y a la izquierda, oculta, a menudo, las protestas de grupos que quieren defender privilegios injustificados y gastos públicos despilfarradores junto a las voces de políticos más bien cobardes.
Por último, la cuarta lección es política. No es cierto que siempre y en cualquier parte un Gobierno que lucha contra el déficit y lo hace con decisión, claridad y equidad; es decir, echando por tierra privilegios injustificados en el ámbito de los gastos, tenga que ser inevitablemente castigado por los electores. Porque éstos son mucho más sabios de lo que, en general, piensan los políticos. Un Gobierno con un horizonte temporal relativamente largo y con una mayoría sólida dispone del tiempo suficiente para implementar un programa incluso ambicioso de ajuste y hacer que la gente vea sus frutos.
Un ingrediente fundamental para conseguirlo es la transparencia de las cuentas y de las políticas fiscales. De hecho, ya hemos visto lo que le pasó a Grecia, que había ocultado al mundo y a sí misma los datos. Si, además, se explica a los electores que la situación fiscal es seria, aumenta el apoyo político.
En cambio, resulta mucho más difícil poner en marcha políticas valientes, si se sigue repitiendo continuamente que todo está bien como está, la cantinela que se repite en Italia cada vez más a menudo. Tanto que, escuchando esas voces parecería que nos encontramos en un modelo de crecimiento y de rigor fiscal.
Por lo tanto, hablar en Italia de reducción de impuestos sin tocar la reducción de gastos no tiene sentido alguno en este momento e, incluso, sería peligroso si los mercados lo tuviesen en cuenta. Pero por ahora, al menos, no lo hacen, porque saben que son sólo palabras.
En definitiva, la única forma de resolver de una vez por todas el problema de las cuentas públicas consiste en abandonar la presunción de que toda reducción de gastos es una catástrofe para la economía y para la carrera política de los ministros económicos. Porque no lo es y, además, no hay alternativas.
Alberto Alesina, profesor de la Universidad de Harvard.