Sensatez, valentía y proyecto (IV)
Julio Anguita
El conflicto catalán no solamente está velando y difuminando las alertas de crisis económica y climática que ya están entre nosotros, sino que además está llevando a la propia Cataluña a una escisión social interna de incalculables consecuencias.
La irreductibilidad de las dos posiciones enfrentadas no conduce sino a una tragedia que afecta a toda España. Ambas partes hablan de diálogo, pero se encastillan en dos puntos de partida irreconciliables. Para el independentismo radical no puede haber interlocución si no se acepta lo que ellos llaman derecho a de-cidir. Para el Gobierno y los partidos constitucionalistas no hay negociación posible que no sea dentro del marco constitucional. Ambos se equivocan y con ello van arrastrando a la sociedad catalana y española a una visión guerracivilsita del conflicto. Vayamos por partes.
No es sensato, ni serio, ni útil para el objetivo que se dice buscar (la independencia de un Estado, del que se es parte desde hace siglos), plantear una declaración de independencia desde un Parlament dividido y en nombre de una ciudadanía que también está dividida a la mitad. La palmaria insensatez de la decisión parlamentaria solamente ha sido superada por la carencia de seriedad en la forma con que se ha hecho, es decir, desdiciéndose inmediatamente de lo aprobado por caminos chuscos y extravagantes, que le quitaron el mínimo sentido de valor y dignidad que tal acción demanda. Lo que se quería vestir de acción épica devino en una opereta bufa. Y lo que es más grave aún, en unos parlamentarios que se deben a su pueblo que alentaron y embarcaron a sus representados en algo que ellos sabían era imposible. Puro voluntarismo, pero un voluntarismo sectario, pueril y, sobre todo, carente de una estrategia que no sea el cultivo del victimismo más ramplón.
Es difícil que los actuales líderes independentistas sean capaces de ir más allá del choque
El independentismo ha errado tanto en el fondo como en la forma. Olvidaron los fracasos de 1931 y 1934. Tampoco debe obviarse la intensificación del malestar con mensajes como el "España nos roba" tras el cerco al Parlament por los "indignados" en el 2011.
Las protestas en España y en Cataluña se hicieron contra la misma política económica y social, aplicadas tanto por Rajoy como por Mas. Debajo del giro hacia el independentismo radicalizado existe un conflicto social latente.
Pero, pese a todo ello, es necesario admitir que en Cataluña desde hace siglos existe una conciencia de identidad muy arraigada y, además, admitida subrepticiamente en la Constitución. La realidad de una España plurinacional es negada con la boca chica, pero admitida en los hechos por los gobiernos del PSOE y el PP. Solamente la torpeza de Madrid ha ido facilitando el tránsito de muchos catalanes hacia el independentismo. Quiero decir que, tarde o temprano, los catalanes serán consultados, aunque no en las condiciones de ruptura social que hoy existen. Eso o el conflicto, larvado o manifiesto, permanente.
Yo veo muy difícil que los actuales líderes del independentismo numantino sean capaces de ir más allá del choque frontal; han calentado demasiado la calle y ahora no tienen otra salida que la permanente huida hacia adelante. Corresponde a Madrid (si no se encierra también en el inmovilismo) ayudar a que en el independentismo catalán aparezca una visión girondina de su proyecto. Y para ello no tiene por qué hacer de la Constitución una barrera. Con el texto constitucional en la mano se puede. Lo veremos en la próxima entrega.