Puro teatro
José María Triper
Puro teatro. Así definía Albert Rivera al inicio de su intervención el debate para la investidura de Pedro Sánchez, y en especial el largo, irrelevante y aburrido discurso del candidato y presidente en funciones. Un melodrama que poco a poco se convirtió en tragicomedia por mor de los protagonistas empeñados en escenificar sus rencillas y miserias, relegando la tesis esencial del argumento a un mero esbozo de intenciones sin explicación ni compromisos.
Así, como si fuera un avezado monologuista del absurdo, Pedro Sánchez se interpretó a sí mismo. Vacío de ideas y proyectos, y maestro de la demagogia, el candidato ocultó deliberadamente sus intenciones respecto a los dos principales problemas que ocupan y preocupan a la mayoría del auditorio de españoles: la economía y Cataluña. ¿Es el indulto a los políticos presos uno de los precios a pagar por el apoyo o la abstención de ERC a su investidura? ¿En qué consiste esa reforma del Estatuto de Cataluña de la que habla? ¿Qué competencias y concesiones está dispuesto a hacer para encontrar esa "solución democrática" para Cataluña sin mencionar a la Constitución, que se recogía en el comunicado conjunto de su reunión con Torra en Barcelona el pasado diciembre? Son preguntas que Sánchez deliberadamente ni puede ni quiere responder.
Los aumentos de gasto de Sánchez perjudican a la productividad, la competitividad y creación de empleo
Como también ocultó deliberadamente cuál es el proyecto económico de su Gobierno, si lo tiene. En un alarde de cinismo, Sánchez comenzó por apropiarse del crecimiento de la economía -el doble de la media de la UE, recordó- y de la creación de medio millón de empleos anuales. Frutos ambos de los presupuestos y de la reforma laboral del gobierno de Mariano Rajoy, con los que él sigue gobernando. Y a continuación, nos obsequió con una mera enumeración de objetivos como la subida del salario mínimo, el ingreso mínimo vital, el aumento de la inversión en educación y dependencia, o el aumento de las líneas de Alta Velocidad. Aspiraciones todas que suponen un fuerte aumento del gasto y ponen en grave riesgo el objetivo de déficit, la imprescindible reducción de la deuda y la continuidad del consumo y la inversión. Porque, aunque Sánchez no lo quiso decir, ese mayor gasto lo piensa financiar con subidas de impuestos en IRPF, Sociedades y fiscalidad medioambiental o tecnológica, poniendo en grave riesgo la productividad, la competitividad y la creación de empleo. Capacidades que irónicamente él definió como prioridades y a las que sus propósitos no declarados amenazan.
Pues la espera de saber si mañana nos descifran el final de la farsa, y para terminar también con alusiones de Rivera, eso, que ¡viva la banda! Y Sánchez nos coja confesados.