El apocalíptico informe sobre el cambio climático de Nicholas Stern, jefe de la oficina económica británica, ha desatado un encendido debate sobre la existencia de este fenómeno y sus consecuencias económicas. Como refleja hoy el artículo de la serie de elEconomista sobre el asunto, el problema de estos debates es que acaban por desarrollarse entre técnicos que discuten sobre cifras y porcentajes, y entre activistas e ideólogos, siempre dispuestos a transformar la doctrina en argumento emocional. El resultado es desproporcionado en los dos casos. El propio Stern ya ha avisado de que su informe es resultado de analizar el supuesto de cambio climático más extremo, a pesar de lo cual ha recibido el apoyo para sus conclusiones de un buen grupo de economistas, entre ellos, cuatro premios nóbeles. Está fuera de toda duda que no hay consenso sobre los riesgos reales y la cuantificación económica del cambio climático. Pero es evidente que las agencias internacionales y gubernamentales reconocen que el crecimiento económico se está haciendo a costa del despilfarro de los recursos naturales y del deterioro del medio ambiente. La Agencia Internacional de la Energía acaba de reclamar estos días una política energética nueva que combine ahorro, eficiencia y menos emisiones contaminantes si se quiere mantener el ritmo de crecimiento económico conservando el medio ambiente. La Cumbre del Clima que se celebra en Kenia ha constatado que no se cumplen los compromisos de reducción de las emisiones contaminantes que los propios Estados se han comprometido a cumplir. Con o sin discusión, hay que prevenir el cambio climático antes de que sea tarde.