Fernando Alonso se proclamó ayer campeón del Mundo de Fórmula 1 por segunda vez. Millones de personas de todo el mundo vieron el momento sentadas cómodamente delante del televisor. ¿Les servirá de algo este éxito a las empresas españolas que trabajan en los mercados internacionales? Salvo a alguno de sus patrocinadores de campanillas, la respuesta es que poco. Pedrosa y Bautista en las motocicletas, Nadal en el tenis, la Selección Española en baloncesto, Adriá en la gastronomía, Almodóvar en el cine, Santander y BBVA en la banca, Inditex en la distribución textil, Ferrovial en la construcción, Telefónica en las telecomunicaciones… España disfruta como nunca de una pléyade de personajes y empresas individuales con un indudable protagonismo en sus sectores de actividad. Marcan la pauta en sus respectivos mercados. Pero, ¿por qué la marca España no aporta, en especial a las empresas, un plus de calidad que les ayude a vender más? BMW puede apelar a la fiabilidad alemana de sus coches, pero es más que dudoso que nadie compre un Seat porque es español. De hecho, muchas de nuestras empresas que operan en los mercados internacionales no quieren ni oír hablar de que se les relacione con España. La razón es que la marca España, aunque ha mejorado, sigue ligándose a tópicos antiguos como la improvisación y la espontaneidad, que nada tienen que ver, por ejemplo, con la calidad o la vanguardia tecnológica. La efervescencia de triunfos como el de Alonso debe aprovecharse para renovar completamente la estrategia de marca como país a medio y largo plazo, para que sea un valor más que mejore la posición exterior de nuestras empresas.