Los primeros síntomas de agotamiento del mercado de la vivienda son ya un hecho. Los precios no sólo dejan de subir, sino que están empezando a bajar en algunas zonas de las afueras de las grandes ciudades. Hay dos pruebas evidentes de ello: los bancos renuevan sus ofertas de hipotecas baratas (que luego lo son menos) y las constructoras, que ven venir la sequía, se lanzan a invertir en el sector eléctrico, donde además encontrarán jugosos beneficios por medio de opas y alianzas de todo tipo. El caso es que los que entienden de inversiones porque tienen mucho dinero ya invierten menos en ladrillo que antes.¿Dónde está la tragedia? En los que no tienen tanto dinero y se han dedicado a invertir en pisos en busca de rentabilidades medianas en poco tiempo. Es decir, los especuladores que se apuntan a la creación de nuevas ciudades y urbanizaciones de miles de habitantes en medio de ninguna parte para dentro de dos o tres años, que ahora no saben a quién le van a vender los pisos. Vale si son chalés y los ponen baratos, pero irse al campo a un piso, a sabiendas de que no es seguro que vaya a valer más con el tiempo, no es tan fácil como antes.Comprar un piso y sufrir la hipoteca que conlleva es menos doloroso cuando piensas que aumenta tu riqueza patrimonial. Así ha sido hasta ahora en todos los casos, pero empieza a dejar de serlo en algunos. Si añadimos que los tipos suben y que el pago de la letra puede ahogar además de apretar, la cuestión se complica.Para quienes sea del todo imposible comprar un piso en una zona exclusiva o en el centro (donde nunca bajan de precio), la estrategia para conseguir una vivienda barata puede ser ahora la paciencia: esperar a que dentro de uno o dos años, caiga la breva madura. El exceso de oferta a precios altos puede estar a la vuelta de la esquina, y una reordenación de ese cúmulo de pisos comprados como inversión pueden equilibrar la situación y permitir opciones más asequibles.