E l 14 de febrero es una fecha muy señalada. Los comercios hacen su campaña de ofertas, en las floristerías hay colas para conseguir ese ramo de rosas para la persona amada y los restaurantes se llenan de mesas para dos. Pero el 14 de febrero no es sólo el día de los enamorados, también es el día de la energía. Menos emotivo y entrañable quizá, pero igualmente importante. Hoy es el día en el que debemos reflexionar sobre la importancia de la energía para la calidad de vida de las personas y para la creación de riqueza. Una buena gestión de la energía nos puede permitir no sólo evitar la relativa dependencia de los países de suministro, sino también conseguir mayor sostenibilidad medioambiental y económica. Los altos precios de la energía registrados últimamente nos llevan con más fuerza si cabe a la irremediable necesidad de ser más eficientes para poder gestionar el aumento de la demanda y el futuro de la sostenibilidad de nuestro sistema energético. Está claro que el megavatio más barato y más limpio es que no se consume, el que nos ahorramos. Con la llegada de la ola de frío europea a nuestro país comenzaron a subir los precios de la energía e inevitablemente se buscaron responsabilidades. El Ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital, Álvaro Nadal, explicó sus causas donde factores como el frío, la falta de agua y de viento, la subida "artificial" del precio del petróleo y la paralización de una cuarta parte del parque nuclear en Francia fueron determinantes en el encarecimiento del precio de la luz en esos días. Pero más allá de la polémica, situaciones como ésta no hacen más que recordarnos a todos, tanto a usuarios como a instituciones, administraciones públicas y empresas, la necesidad de ser más eficientes y de mirar también el medio y el largo plazo. Una premisa que desde 2011 lleva plasmada en el Plan de Energía de la Comisión Europea y donde en su hoja de ruta hacia el 2050 (estrategia a seguir tras alcanzar los objetivos marcados en 2020), se considera fundamental establecer un compromiso político para lograr unos altos índices de ahorro de energía. Esto implica, tal y como cita el texto, unas exigencias mínimas más estrictas para nuevos edificios, fábricas e instalaciones de todo tipo; elevados índices de renovación de los existentes y un establecimiento de obligaciones de ahorro energético a las empresas de gas y electricidad. Evidentemente hay consenso entre los actores del sector sobre la necesidad de llevar a cabo este tipo de medidas y conseguir una disminución de la demanda energética del 41 por ciento de aquí a 2050, tal y como insta el Plan Energético de 2011. Pero para poder ejecutarlo debemos contar con las tecnologías que nos lo permitan y esto requiere de un aumento de la inversión en tecnología. Y es aquí donde radica el "quid" de la cuestión. Por ejemplo, del consumo energético mundial, un 31 por ciento corresponde a la industria, un 28 por ciento a la movilidad y un 41 por ciento a los edificios. Estos datos sitúan en primer lugar a los edificios como una de las claves para reducir nuestra demanda. Y es que aplicando la tecnología ya disponible a la gestión de edificios conseguimos instalaciones inteligentes capaces de generar y almacenar energía, interactuar con las redes eléctricas y de minimizar el coste energético y las emisiones de CO2. Del mismo modo, la tecnología es capaz de conseguir ahorros energéticos del 25 por ciento en las fábricas y reducir considerablemente la contaminación en la movilidad. Pero además de estas ventajas, invertir en tecnología de eficiencia energética es rentable per se por varias razones. Por un lado, porque se amortiza de forma acelerada permitiendo que los ahorros generados financien buena parte de la inversión realizada y, por otro lado, está comprobado que las inversiones en eficiencia energética estimulan la creación de empleo y el crecimiento económico. Sin olvidar que, además, el mercado y los inversores cada vez priorizan más este tipo de factores a la hora de tomar sus decisiones de inversión. De hecho, la mejora de la eficiencia energética no debe ser sólo exclusiva del ámbito industrial o empresarial, sino también de los hogares, de las personas. Aunque ya estamos dando los primeros pasos en este sentido en nuestro país, como con la instalación de los contadores inteligentes (una tecnología que en el futuro permitirá al usuario ser consciente de su gasto, ajustando la demanda eléctrica del hogar al precio horario de la energía) todavía nos queda mucho camino por recorrer hasta alcanzar los objetivos de eficiencia energética marcados por la UE y, aunque el marcador no se sitúa a nuestro favor, no podemos olvidar que invertir hoy garantizará la sostenibilidad energética de nuestro mañana. Porque con la eficiencia energética ganamos todos.