L as siete décadas que transcurrieron desde el fin de la Segunda Guerra Mundial fueron una era de acuerdos comerciales. Las principales economías del mundo estuvieron en un estado perpetuo de negociaciones sobre comercio y concluyeron dos acuerdos multilaterales importantes a nivel global: el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) y el tratado que estableció la Organización Mundial de Comercio (OMC). Por otra parte, se firmaron más de 500 acuerdos comerciales bilaterales y regionales, la gran mayoría de ellos desde que la OMC reemplazó al GATT en 1995. Las revueltas populistas de 2016 casi con certeza pondrán fin a esta actividad frenética de firmar acuerdos. Si bien los países en desarrollo pueden aspirar a implementar acuerdos comerciales, los dos principales acuerdos sobre la mesa, el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI), están prácticamente muertos después de la elección de Donald Trump como presidente de EEUU. No deberíamos lamentar su muerte. ¿Qué propósito sirven realmente los acuerdos comerciales? Los países negocian acuerdos comerciales para alcanzar un comercio más libre. Pero la realidad es considerablemente más compleja. No es sólo que los acuerdos comerciales de hoy se extienden a muchas otras áreas de políticas, como la salud y las regulaciones sobre seguridad, las patentes y los derechos de propiedad intelectual, las regulaciones para cuentas de capital y los derechos de los inversores. Tampoco resulta claro si realmente tienen mucho que ver con el libre comercio. La argumentación económica estándar para el comercio es bien conocida. Habrá ganadores y perdedores, pero la liberalización comercial agranda el tamaño de la tarta económica en casa. El comercio es bueno para nosotros y deberíamos eliminar cualquier impedimento por nuestro propio bien. El comercio abierto no no requiere ningún cosmopolitismo, sólo precisa los ajustes domésticos necesarios para asegurar que todos los grupos puedan participar en los beneficios generales. Para las economías que son pequeñas en los mercados mundiales, la historia termina aquí. No tienen ninguna necesidad de acuerdos comerciales, porque el libre comercio los favorece. Los economistas ven una justificación para los acuerdos comerciales para los países grandes porque pueden manipular sus términos de comercio, los precios mundiales de los bienes que exportan e importan. Por ejemplo, al imponer un arancel a las importaciones de acero, EEUU puede reducir los precios a los que los productores chinos pueden vender sus productos. Un acuerdo comercial que prohíba estas políticas proteccionistas puede ser útil para todos los países porque, de no existir, todos podrían terminar colectivamente perjudicados. Pero es difícil cuadrar este razonamiento con lo que sucede con los acuerdos comerciales reales. Aunque EEUU imponga aranceles a las importaciones de acero chino, el motivo no parece ser reducir el precio mundial del acero. Librado a sus propios medios, EEUU preferiría subsidiar las exportaciones de Boeing, como lo ha hecho a menudo, que gravarlas. Por cierto, las reglas de la OMC prohíben los subsidios a las exportaciones sin aplicar restricciones directas a los impuestos a las exportaciones. La economía no nos ayuda mucho a entender los acuerdos comerciales. La política parece un camino más alentador: las políticas comerciales de EEUU en materia de acero y aviones probablemente encuentren una mejor explicación en el deseo de los responsables de las políticas de ayudar a esas industrias específicas que en sus consecuencias económicas generales. Los acuerdos comerciales pueden ayudar a controlar este tipo de políticas ineficientes haciendo que a los gobiernos les resulte más difícil dispensar favores especiales a industrias con conexiones políticas. Pero este argumento tiene un punto ciego. Si las políticas comerciales están esencialmente diseñadas por el lobby político, ¿acaso las negociaciones de comercio internacional no estarán también a merced de estos mismos lobbies? ¿Y pueden las reglas comerciales redactadas por una combinación de lobbies domésticos y extranjeros, en lugar de sólo lobbies domésticos, garantizar un mejor resultado? Sin duda, los lobbies domésticos tal vez no obtengan todo lo que quieren cuando tienen que lidiar con lobbies extranjeros. Una vez más, los intereses comunes entre los grupos industriales de diferentes países pueden derivar en políticas que consagran la captación de renta a nivel global. Cuando los acuerdos comerciales giraban en gran medida en torno a los aranceles a las importaciones, el intercambio negociado de acceso a los mercados en general producía menores barreras a las importaciones. También existen muchos ejemplos de connivencia internacional entre intereses especiales. La prohibición de la OMC a los subsidios a las exportaciones no tiene una explicación económica real Las reglas sobre anti-dumping también son explícitamente proteccionistas en su intención. Los acuerdos comerciales más nuevos incorporan reglas sobre ?propiedad intelectual?, flujos de capital y protecciones a la inversión que están esencialmente destinadas a generar y preservar las ganancias de las instituciones financieras y las empresas multinacionales a expensas de otros objetivos políticos legítimos. Estas reglas ofrecen protecciones especiales a los inversores extranjeros que suelen entrar en conflicto con regulaciones sobre salud pública o medio ambiente. Hacen que a los países en desarrollo les resulte más difícil acceder a la tecnología, gestionar los flujos de capital volátiles y diversificar sus economías a través de políticas industriales. Las políticas comerciales impulsadas por un lobby político e intereses especiales domésticos son políticas proteccionistas. Pueden tener consecuencias proteccionistas, pero ese no es su motivo. Reflejan asimetrías de poder y fallas políticas al interior de las sociedades. Los acuerdos comerciales internacionales pueden contribuir sólo de manera limitada a remediar estas fallas políticas domésticas, y a veces las agravan. Hace falta mejorar la gobernanza doméstica, no establecer reglas internacionales. Si administramos bien nuestras propias conomías, los nuevos acuerdos comerciales serán esencialmente redundantes.