La banca española terminó ayer la presentación de sus resultados hasta marzo, dejando constancia de que cerró un primer trimestre difícil. Factores coyunturales, como la adversa evolución de los tipos de cambio en países emergentes, y también en mercados maduros (véase Reino Unido), han golpeado a las entidades más internacionalizadas. Pero los problemas no sólo provienen del exterior. Lo demuestra el hecho de que los seis mayores bancos ganaron en España 1.335 millones entre enero y marzo, un 12,2 por ciento menos con respecto al mismo periodo del año pasado. La reducción se produce pese a que las entidades tuvieron que afrontar menores provisiones que en 2015 y aun cuando los ajustes de los últimos años mantienen el capítulo de gastos controlado. El problema, sin embargo, tiene raíces más profundas ya que concierne a las dificultades para revitalizar el negocio medular de la banca: la concesión de crédito. Lo refleja el hecho de que el margen derivado del cobro de intereses aún menguó un 6,2 por ciento interanual en el pasado trimestre. No existen visos de mejora en la medida en que la necesidad de combatir la deflación asegura que los tipos se mantendrán aún largo tiempo en los mínimos actuales, o incluso los ahondarán. Aún más perjudicial es la inexistencia de una demanda solvente que permita que el nuevo crédito compense las amortizaciones. Si a todo ello se suma un escenario económico volátil que disuade la inversión (y con ella, las comisiones que la banca cobra por sus fondos), y las exigencias que plantea la digitalización y la nueva regulación del sector, debe concluirse que las entidades aún seguirán afrontando un escenario difícil, que forzará más ajustes y reestructuraciones.