Que el Santander avive la guerra en el hipotecario es un indicio más de la encrucijada en que se encuentra la banca. Descartadas por ahora las fusiones, sin demanda suficiente para elevar el stock de créditos y con la presión de los tipos negativos, el objetivo del sector de volver a niveles aceptables y duraderos de rentabilidad se torna más difícil. Para proteger la parte alta de sus cuentas hay dos caminos: o bien comercializar productos que le garanticen un margen suficiente, sin entrar en guerra de precios, o bien captar buenos clientes de la competencia con ofertas más agresivas, la vía escogida por el Santander. El movimiento anticipa una mayor competencia en hipotecas, pero también una presión añadida para los grupos menos eficientes.