En su obra La Democracia en América, el francés Alexis de Tocqueville, de paso por Estados Unidos, realiza una interesante observación: "Conforme se profundiza en el carácter nacional de los norteamericanos, se ve que han medido el valor de todo mediante la respuesta a una pregunta: ¿cuánto dinero nos va a dar?". Ayer los estadounidenses volvían a plantearse este interrogante, pues se conocía que el Tesoro de EEUU preparaba un plan de rescate para sus dos gigantes hipotecarios, Freddie Mac y Fannie Mae. Pese a que sus nombres suenen a los de una pareja de comediantes, la historia no tiene ninguna gracia, en especial para el contribuyente estadounidense, que es el que va a poner el dinero sobre la mesa. Estas dos sociedades fueron creadas como parte del llamado New Deal -el conjunto de medidas económicas inspiradas en el intervencionismo keynesiano que fueron adoptadas por el presidente Roosevelt para reactivar la economía tras la crisis del 29-. En principio, tenían el loable objetivo de ayudar a las rentas más bajas a que pudieran comprar una casa. Sólo que estas compañías evolucionaron con los tiempos hacia un modelo de empresa privada. Pero con el respaldo público. Freddie y Fannie compraban hipotecas, las empaquetaban en títulos que luego vendían y respondían de los impagos. Todo a cambio de una comisión. Los gestores eran privados, se utilizaban las más sofisticadas prácticas financieras, cotizaban en el mercado y los beneficios se repartían entre inversores particulares. Sin embargo, ambas eran consideradas cuasi públicas por el mercado porque garantizaban 5,3 billones de dólares en hipotecas, una de cada dos en EEUU. Por esta razón, podían endeudarse muy barato en los mercados financieros, por encima de sus posibilidades. Dado su tamaño, origen e importancia para sostener el sistema inmobiliario, el mercado creía que el Gobierno intervendría en caso de que hubiese problemas, como así ha sucedido. Para colmo, los políticos en Washington se encontraban obnubilados por los favores de los lobbistas de Freddie y Fannie, de manera que se les permitía continuar con este juego en el país más liberal del mundo. Y hete aquí que entonces llega la crisis inmobiliaria y financiera. En ese momento, los hipotecados dejan de pagar y las dos compañías incurren en enormes pérdidas. El sistema hipotecario de EEUU tiembla. Y es ahora que se pone en marcha la nacionalización de las dos entidades. Esto supone socializar pérdidas y privatizar los beneficios, nada más lejano a los principios de una economía de mercado. En la nación que tanto se jacta de su capitalismo, las autoridades se ven forzadas a traicionar su credo liberal, con el mal ejemplo que esto ofrece para el futuro. El fallo del sistema se produjo porque los mercados nunca pensaron que se les castigaría por prestar de más a estas compañías. Así el problema alcanzó semejante magnitud, lo que contribuyó a la burbuja inmobiliaria. Y la intervención del Estado les ha dado la razón. Cuando se den situaciones similares, volverán a pensar que no importan los riesgos que tomen, porque se les rescatará. El Gobierno de EEUU debe tomar nota para que esto no se repita. Debe desmantelar ambas entidades y venderlas por partes con el menor gasto posible para el ciudadano. La Justicia debe examinar las responsabilidades de los gestores de ambas empresas. Este caso se suma a los de Bear Stearns, Northern Rock y Bradford & Bingley. En todos, tanto EEUU como Reino Unido, paladines del liberalismo, han sopesado las consecuencias para su economía y han decidido intervenir en contra de sus principios. Han sido pragmáticos y no les han dolido prendas en actuar con rapidez, lo que contrasta con la actitud de la Europa continental, donde hacemos gala de una filosofía social pero nos falta el pragmatismo. Dejamos que los problemas se pudran, con lo que se multiplica la factura. EEUU debe aprender la lección y no dejar parte del sistema financiero en manos públicas. Los europeos debemos aprender a tomar decisiones rápidas mirando por el dinero.