No hay elemento o materia en el mercado que resulte tan volátil y fundamental a la vez para las economías occidentales como el petróleo. Prueba de ello es su influencia directa sobre la inflación, es decir, sobre la evolución de los precios. El presidente del Banco Central Europeo -BCE-, Jean-Claude Trichet, se enfrentó ayer a su primer examen de septiembre, un año después de la crisis, y su respuesta principal, la de la parte práctica, no defraudó: el precio oficial del dinero permanece en el 4,25 por ciento. Sí sorprendió a determinados sectores del mercado la otra parte de la prueba, la analítica, la que interpreta el panorama actual y trata de dibujar el futuro del corto y medio plazo en clave macroeconómica. No se esperaba una bajada de tipos inmediata, pero sí se contaba con que el presidente del BCE abriera la puerta, aunque fuera ligeramente, a la posibilidad de suavizar la política monetaria en el futuro. Debe tenerse en cuenta el debate de la coyuntura, en el que si bien el precio del petróleo se está relajando, el crecimiento de la Eurozona está muy débil -más de lo que indicaba Trichet cuando hablaba de solidez- y la inflación aún muy por encima de los objetivos. Trichet prefiere mantenerse fiel a su teoría y a sus principios, es decir, priorizar la estabilidad de precios como medio para lograr el crecimiento económico. Es un ajuste duro, y si hubiera modificado ahora su línea de actuación bien podría haber anulado todo el esfuerzo realizado estos meses para tratar de mantener la inflación controlada, a pesar del alza de las materias primas. Que los mercados hayan reaccionado con caídas no quiere decir necesariamente que Trichet se haya equivocado. Hace falta más tiempo.