Mapfre, que es la mayor aseguradora española, ha tenido el primer traspiés en su cambio de mutua a compañía cotizada en bolsa. Lo ha hecho donde más le duele a una empresa que está en el parqué: la transparencia y la comunicación con sus propietarios. Aunque cumplió todas las normas de información a que le obliga la normativa de seguros, casi ninguno de sus 5,3 millones de mutualistas se enteró de que tenían que elegir en poco tiempo entre recibir un dinero por sus derechos y abandonar la mutua o renunciar a ellos y pasar directamente a ser accionistas. La prueba de que la información no fue efectiva es que sólo el 0,034 por ciento de los mutualistas optó por liquidar su participación y dejar la compañía. Obviamente, este resultado favorecía a la empresa, que con un desenlace rápido como ése no debía gastar una importante cantidad de dinero en compensaciones. No tenemos motivos para pensar que la falta de diligencia fue intencionada, pero sí para recomendar a Mapfre que mejore sus canales de información con los actuales mutualistas y quizá futuros accionistas. Mapfre ha rectificado en la dirección correcta y ha ampliado los plazos para que un porcentaje alto de sus propietarios pueda decidir con más tranquilidad y conocimiento de causa si continúa o no en la compañía. La aseguradora duplica en número de propietarios al Banco Santander, triplica a Telefónica y tiene cinco veces más inversores que Endesa o Repsol. En estas grandes empresas hubiera sido el mayor escándalo de la historia transformar a los bonistas en accionistas con la nocturnidad de Mapfre. Debe mejorar para ser una de las cinco mayores aseguradoras europeas.