D e algo podemos estar seguros en este incierto panorama político: al menos a corto plazo, el proceso de investidura del que sea próximo presidente del Gobierno va a a dejar un poso de desconfianza a nivel internacional difícil de superar, especialmente con un entorno macroeconómico que no está en sus mejores momentos precisamente... Personalmente creo que nos encaminamos a unas nuevas elecciones, porque el PP no va a lograr aliados en ninguna parte, salvo la abstención de Ciudadanos, y porque el PSOE de Sánchez no podría (o no debería poder) pactar con Podemos por culpa del dichoso referéndum en Cataluña. Bueno, ni con Podemos ni con esa amalgama de intereses que van desde el centro derecha del PNV a la extrema izquierda de ERC y que convergen en un solo punto: sus delirios independentistas... Así que, si se cumple este escenario, perderemos unos meses valiosos en los que habrá que confiar en que la tormenta bursátil pase de largo y no fije su ojo en nuesto pequeño mercado. Es decir que, como suele ocurrir, la magnitud de los países y sus encrucijadas (China, Estados Unidos, Irán, el petróleo...) deje nuestros asuntos en una problemilla doméstico. Porque lo que sería imperdonable es que después de siete años de crisis, y cuando parece que podemos levantar cabeza, el circo político nos amargue la fiesta. Es legítimo pactar o no pactar con quien se considere oportuno, pero no es de recibo que el PSOE, un partido que ha tenido durante años la responsabilidad de gobernar, no sea capaz de reconocer que alguna cosa ha hecho bien el PP (corrupción aparte...). Se han puesto las bases para enderezar unas cuentas que estaban a punto de llevarnos a la insolvencia. Eso debería ser un punto de partida para cualquier negociación. No estropear lo que se ha conseguido, no sólo por un gobierno, sino sobre todo, con el esfuerzo de millones de españoles.