L os economistas cada vez están más divididos respecto al futuro económico de China. Los optimistas recalcan su capacidad de aprendizaje y la rápida acumulación de capital humano. Los pesimistas se centran en el veloz declive de su dividendo demográfico, su alto índice de deuda/PIB, la contracción de sus mercados de exportación y su sobrecapacidad industrial. La cuestión es simple: ¿podrá China sostener un crecimiento rápido del PIB en los confines del orden mundial actual, con sus normas comerciales, o debe cambiar radicalmente el orden actual, dominado por EEUU, para acomodarse al continuo auge económico chino? La respuesta no está tan clara. China intenta averiguarlo, entre otras cosas, insistiendo en que el yuan se añada a la cesta de monedas que definen el valor de los activos de reserva del FMI, el derecho especial de giro (SDR). Ahora, la cesta contiene el euro, el yen japonés, la libra británica y el dólar estadounidense. La cuestión del SDR fue la gran preocupación cuando la directora general del FMI, Christine Lagarde, habló en Shangai en abril. Su postura mereció considerable atención mediática. El expresidente de la Fed, Ben Bernanke, se encontró con la misma pregunta en Shangai hace un mes. En su respuesta, se mostró ambiguo: la inclusión del yuan en el SDR sería un paso positivo, afirmó, pero que no podrá darse hasta que China avance en la reforma del sector financiero y transforme su modelo de crecimiento. Se espera que el FMI vote sobre la inclusión del yuan en el SDR en octubre, en su revisión quinquenal periódica de la composición de la cesta, pero incluso si, al contrario que en 2010, la mayoría votase a favor de incorporar el yuan a la cesta, Estados Unidos podría ejercer su poder de voto. Un desenlace así no sorprendería a nadie, dado que la oposición del país (en el congreso, no en el Gobierno de Obama) bloqueó las reformas acordadas en 2010 de incrementar el poder de voto chino en el FMI. Un uso limitado del SDR implica que añadir el yuan sería un paso sumamente simbólico pero potente hasta el punto de que serviría como una especie de respaldo a la moneda para su uso global. La medida no solo impulsaría la internacionalización del yuan sino que ofrecería información sobre cuánto margen hay para China dentro del orden económico internacional actual. Por ahora, parece que no es suficiente. En un libro de 2011, el economista Arvind Subramanian proyectó que el yuan llegaría a ser una moneda de reserva global al final de esta década o principios de la siguiente. Hoy, China es la mayor economía del mundo (en paridad de poder de compra) y el principal partícipe del comercio mundial, y su Gobierno ha promocionado activamente la internacionalización del yuan, por ejemplo con la relajación de las leyes de divisas. En consecuencia, China sigue estando sujeta a la política monetaria de Estados Unidos. Si la Reserva Federal sube los tipos de interés, China tiene que hacer lo mismo para evitar que el capital se desborde. Dado el dominio del dólar en las operaciones internacionales, las empresas chinas que invierten fuera asumen también riesgos asociados a las fluctuaciones del tipo de cambio. De hecho, en la última década las normas del comercio internacional han generado una fricción importante entre China y muchos otros países, incluido EEUU. Ahora se están negociando acuerdos de libre comercio que socavarán la continua expansión de las exportaciones chinas hasta levantar barreras a la entrada de las empresas de ese país. Está claro que China se ha enfrentado a grandes retos en el sistema global actual a medida que trata de hacerse un papel a la medida de su poderío económico. Eso podría explicar por qué, con su iniciativa de "un cinturón, una carretera" y el establecimiento del Banco asiático de inversión en infraestructuras (AIIB), el gobierno chino está empeñado en transformar el orden mundial. La iniciativa "un cinturón, una carretera" pretende recrear las antiguas rutas de la plata que transportaban productos e ideas por tierra y por mar de Asia a Europa. Dado que este proyecto requerirá una importante inversión china en unos cincuenta países, su atractivo para el mundo en desarrollo es elevado. El AIIB también posee un atractivo claro y no solo para países en desarrollo. En total, 57 países -entre ellos grandes potencias como Francia, Alemania y Reino Unido- han firmado ser miembros fundadores, lo que tal vez refleje la mayor concienciación de la reducción de rendimientos en el orden dominado por EEUU. Desde la perspectiva china, el crecimiento económico interno sostenido parece improbable en el sistema global existente (un problema que Japón y las demás economías del este asiático no se encontraron durante su auge). En efecto, el único país que tuvo que enfrentarse a él fue Estados Unidos cuando sustituyó al Reino Unido como la potencia económica y financiera dominante del mundo antes de la segunda guerra mundial. Por suerte, el precedente habla de acomodación y transición pacífica. Por supuesto, China todavía debe emprender grandes reformas internas, sobre todo en el sector financiero, para eliminar las distorsiones en la asignación de recursos y frenar la recesión económica. Sin embargo, la negativa de los líderes chinos de apoyar la depreciación de la moneda que impulse las exportaciones sugiere que estarían dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para garantizar el papel internacional del yuan y, con él, el crecimiento económico y la prosperidad a largo plazo. Aunque el yen se incorpore o no a la cesta del SDR en octubre, la transformación del sistema global para acomodar a China parece del todo inevitable.