Desde inicios de año, el programa de fomento de las inversiones en Europa, conocido como Plan Juncker, sufre un merecido eclipsamiento. No sólo influye el hecho de que una batería de estímulos mucho más prometedora y eficiente, las compras masivas de activos del BCE, está ya en marcha. Lo crucial es que casi un año después de su nacimiento, la incógnita más crucial del Plan Juncker, cómo va a financiarse, sigue en pie. Continúa, así, siendo un misterio quién hará la primera aportación de capital público (los Estados, Bruselas, el BEI...) que catalizará una oledada de inversiones privadas por valor de 315.000 millones. La Comisión buscará un acuerdo la próxima semana, pero la inconsistencia que caracteriza el diseño mismo del plan impide ser optimistas.